Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

lunes, 29 de septiembre de 2008

Historias de vida

La admiración, el recuerdo, el cariño, el pasado y su brutal conexión con el presente y el futuro, son motivos que condujeron tanto a Vani como a FerchuM a escribir, desde estilos distintos y formas diversas, sobre sus seres queridos, en esta ocasión esos héroes luchadores del tiempo y de la vida, los abuelos.
El cuento de FerchuM, "TATA" narra un día en la vida de su abuelo, quien fuera apodado de ese modo. El de Vani gira en torno a una entrevista que le realizara a su abuela sobre su vida.
A continuación, la entrevista de Vani, y haciendo click acá, el relato de FerchuM.

Historia de Vida


La puerta de la casa se abrió lentamente y detrás de ella pude ver a la mujer de ojos verdes profundos que me sonrió y me dio la bienvenida con un cálido beso. Era una mujer de 85 años de edad, cabello castaño y corto, de baja estatura y vestida muy elegante. Me invitó a sentarme en el comedor diario que era el lugar más tranquilo de la casa. Me ofreció algo para tomar y acompañar las masitas que había puesto en el centro de la mesa. Luego se detuvo al lado del gigante ventanal y corrió las cortinas, dejando entrar el resplandor de la luz por la ventana que iluminó toda la habitación. Con su voz suave y sus palabras cordiales me transmitió la confianza que necesitaba para poder preguntarle aquello que ella temía recordar, para lo que verdaderamente yo había ido a su casa: su huída de Alemania en el año 1937 antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Ya en esos años el antisemitismo había crecido en las ciudades alemanas, se veía en las calles, en las escuelas, en todas partes. Ruth Boldes tenía 14 años cuando el director de su escuela en la ciudad de Ortelsburg le dijo que no podía ir más, que ya había absorbido suficientes conocimientos para tener una cultura general y que por lo tanto ya no podía concurrir más al establecimiento. La relación con sus compañeros y profesores era relativamente buena. Ruth no recuerda haber sufrido maltratos por parte de sus compañeros y profesores. Pero su hermano, Manfredo, siete años menor que ella, sí lo sufrió en carne propia ya que sus compañeros le pegaban y lo insultaban constantemente.

Después de tener que dejar el colegio, la madre de Ruth no sabía que hacer con ella ya que no la aceptaban en ninguna otra institución. Por lo tanto se contactó con una señora modista que conocía y le preguntó si podía enviar a su hija para que aprendiera el oficio. La señora aceptó sin dudarlo pero al mes llegaron los nazis al taller y le dijeron que si se quedaba “la judía” le iban a cerrar el negocio. Frente a la discriminación que ya se hacía notar fuertemente en Ortelsburg, los padres de Ruth decidieron llevarla a Berlín a vivir con uno de sus tíos. Por aquellos años el antisemitismo no era tan visible en esa ciudad. Allí fue a una academia de modistas donde había mujeres judías siendo Ruth la más jovencita. Aprendió el oficio de modista y también a modelar y dibujar modelos.

Sus padres también sufrieron el antisemitismo en carne propia ya que tenían un negocio de ramos generales y los nazis golpeaban a su padre y escribían en las paredes: “No compren en lo de judíos”. En ese momento la mirada profunda de Ruth voló a otro tiempo, a una noche sombría en la que un hombre se acercó al negocio de su padre y pidió alcohol; ese hombre pertenecía a las fuerzas de asalto nazis, conocidas como las camisas pardas. No le dieron lo que buscaba, entonces golpeó, destruyó, eran judíos…Para ese entonces la familia de Ruth ya había empezado a pensar la posibilidad de emigrar hacia otro país, un lugar donde pudieran estar tranquilos y que no fueran perseguidos. Luego de varias averiguaciones, la Argentina apareció como una posibilidad de escape y salvación para esta familia.

El viaje en tren hasta Francia tuvo bastantes sobresaltos. En la frontera los hicieron bajar, les revisaron todas las valijas y los hicieron desnudar para ver si se habían llevado alguna joya o más dinero del que estaba permitido. La voz de Ruth comienza a temblar y sus palabras se mezclan con una sensación de dolor que le carcome la piel: “Nos revisaron todo, hasta el zapato. ¡No fuera cosa que nos llevásemos un marco de más! Nos desnudaron como presos, como delincuentes”. Sus ojos se llenaron de lágrimas y un silencio cortante invadió la habitación. Ruth se secó las lágrimas con un pañuelo y luego de unos minutos se recompuso automáticamente. Ya cuando llegaron a Francia, respiraron. Estuvieron algunas horas en Marsella y allí subieron al barco que los traería a la Argentina, para ellos, el país que los salvaría del sufrimiento y la muerte. Ruth no sabía que le esperaría en la Argentina, pero ese profundo dolor en el pecho que la paralizaba por unos minutos, ese miedo a la muerte iba desapareciendo lentamente a medida que se alejaba de Alemania, del peligro.

De pronto, Ruth comienza a sonrojarse y a reír. Me pregunto que será lo que recordó que la alegró tanto. Unos minutos después descubro que en ese barco conoció al amor de su vida, al que unos pocos años más tarde sería el padre de sus dos hijos y su compañero en la vida. En ese entonces Ruth tenía 16 años y el “muchacho judío”, 22 años.

Ruth y su familia estaban en primera clase y el joven Adolfo en tercera clase junto a un grupo de amigos que viajaban hacia Uruguay. Todas las noches en el barco, durante la cena, los pasajeros de primera clase recibían una fuente con todo tipo de frutas. Entonces Ruth se llenaba los bolsillos de frutas y bajaba al “underground” donde estaba Adolfo y sus amigos y las repartía. Adolfo bajó en Uruguay pero eso no impidió que siguieran en contacto. Tiempo después él viajó para la Argentina y se casó con su amada.

En la Argentina, Ruth y su familia recibieron la ayuda de la Asociación Filantrópica Argentina, los llevaron a una pensión y les pagaron un mes cama y comida. Así, se instalaron en una pensión en la calle Malabia donde había inmigrantes de diferentes partes del mundo, pero sobre todo judíos alemanes. El padre de Ruth trabajó como vidrierista en el Once y Villa Crespo y su madre fue cocinera en una pensión. Por su parte, Ruth trabajó como modista en un negocio en el centro de la Capital Federal. De a poco fueron aprendiendo el idioma español. Ruth nunca tuvo amigos argentinos. Siempre estuvo rodeada de “su gente”, de otros inmigrantes judíos que se habían refugiado en la Argentina para escapar del antisemitismo que cada vez se hacía más fuerte en toda Europa. Sus movimientos eran como en un gueto.

Cuando Adolfo, el novio de Ruth, llegó a Buenos Aires, se casaron y alquilaron una habitación. Él trabajaba de mozo en el hotel Werthein y Ruth seguía como modista. Pero al poco tiempo de casados, Ruth quedó embarazada de su primer hijo por lo que empezó a llevarse el trabajo a su casa para poder ocuparse de él. Tiempo después, Ruth comenzó a pensar en alguna otra posibilidad laboral ya que en Alemania había aprendido no solamente a cocer, sino también a dibujar y modelar. Fue así que ella y su marido empezaron a fabricar ropa para chicos y bebés. Adolfo vendía en el hotel Werthein y Ruth recorría las calles del barrio y ofrecía la ropa a sus vecinos. Desde un primer momento los diseños fueron muy bien aceptados por lo que fueron creciendo cada vez más hasta que tuvieron una pequeña fábrica de confecciones para niños. Adolfo dejó de trabajar de mozo para ocuparse de lleno junto con Ruth a la fabricación en el taller. Él se encargaba de la parte administrativa y ella de la confección. Unos años más tarde nació su segunda hija.

Ruth conserva hasta hoy un perfecto acento alemán, como si nunca hubiera dejado su país natal. Pasaron muchos años para que se sintiera en condiciones de volver a Alemania y cuando lo hizo no se sintió en ningún momento alemana sino una turista que habla muy bien el alemán. Cuando llegó a Berlín Ruth tuvo la curiosidad de volver a ver la casa donde había vivido con sus tíos, de quienes no supo nada más desde que inmigró a la Argentina. Entró a un bar en la esquina de la casa y le preguntó al dueño quien podría saber algo sobre esa casa, sobre sus tíos. El hombre le dijo que un viejito vivía allí y que él seguramente iba a darle alguna información al respecto. Ruth se acercó lentamente a la puerta pero cuando estuvo a punto de tocar el timbre, dio media vuelta y se fue. Tenía miedo de lo que le pudiera decir aquel viejito sobre sus tíos. A donde nunca pudo volver Ruth es a su ciudad de origen, a Ortelsburg aunque al día de hoy ya no es parte de Alemania sino que se anexó a Polonia.

Ruth cierra la cortina del ventanal y el resplandor de la luz que iluminaba la habitación comienza a desaparecer. Se aleja de la ventana y se acerca hacia mí. Me mira fijamente y con una señal de afecto y alegría me da un beso y me agradece mi interés por su historia. Mientras me estoy yendo de su hogar todavía siento su mirada en mí, me doy vuelta, la saludo con la mano y la puerta se cierra lentamente dejando detrás a la mujer de ojos verdes profundos que me sonrió y me dio la bienvenida con un cálido beso.


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