Era el día anterior. Había manifestado mi imposibilidad de asistir, pero algo en mí me decía que debía ir. ¡Cómo perdérmelo! No podía permitírmelo. Pero, cómo solucionar ese inconveniente, ese complicado problema del horario laboral... Necesitaba escaparme una hora por lo menos del trabajo, y no había pretexto válido. Podía pedir un favor, lo que se dice un permiso "de onda", pero más que eso, no. ¿O sí?
La decisión la tomé el día anterior, tirado en la cama mientras con una concentración envidiable miraba el techo. "¿Y si madrugo?", oí que mi voz interior proponía. Mi cuerpo rebatía al instante, "ni lo pienses!", y yo ahí, que sí, que no... Porque podía salir bien, pero y si salía mal? Si madrugaba y después me saltaban con que no porque tal cosa o porque tal otra, habría perdido una hora de mi sueño como un gran boludo... Tal vez no era la solución más propicia, pero existía acaso alguna otra solución.
Me decidí a madrugar. A las seis sonó el despertador. No llegué a entender la canción que sonaba en la radio, me encerré en el baño directamente para ducharme y despejarme un poco. Hubiese querido cantarme algo al son de las gotas y el vapor, pero era muy de madrugada, y todo el edificio me odiaría. Trabajé toda una hora y media sin parar. Estaba hecho una máquina, una fiera, un tubular killer de burocracias, y todo con un propósito: que no tuvieran excusas para impedírmelo. Se hizo el momento, sentí que era el momento, y no dudé en encarar a mi jefa con el afecto y respeto que siempre le dedico y manifestarle, ya no solicitarle, sino expresar una simple declaración de una decisión ya tomada, que saldría por una hora, esa hora que había ganado entrando una hora más temprano que el resto de la oficina, y que tenía el trabajo al día. No faltó más. "Andá, no hay problemas", me dijo y, viendo que ya faltaban cinco minutos para las nueve, me largué a las apuradas, cazando casi con los dientes una factura al azar del montón, corriendo escaleras abajo, bajando a las corridas al subte línea D que me transportara a Medicina, con la cámara de fotos en el bolsillo, lista para disparar. ¿Estaría llegando bien? No era tan tarde... seguro que Nati todavía estaba en su casa, pensé. Además, ¿a qué hora empezaba el examen? ¿A las ocho y media? ¿O era a las siete y media? El horario era fundamental. El horario y las ganas de estar entre los primeros para rendir. Pero sí, si se trata del profe, qué miedo ni que ocho cuartos... no me van a decir ahora que al Ernest en su último examen le va a agarrar pánico escénico... No, eso no se lo cree nadie...
En la plaza, en círculo, con bolsas y expectativas, algunas caras conocidas me indican que todo está preparado para el festejo. Agus, Vani, Ari, Bren, Tatu. Toda una pequeña comitiva del grupo. En la vereda de enfrente, reconozco otras caras conocidas. Tatu hizo mención de los avances obtenidos con los aprendizajes de los recibimientos anteriores. "Estoy mejorando la técnica, esta vez traje un engrudo". Mencionó los ingredientes y enseguidita deseamos no estar en el lugar del ruso. Estábamos hablando de todo esto cuando oigo que alguien dice: "Ahí viene". Al voltear lo veo venir, con su ambo blanco Ala, y con una sonrisa de oreja a oreja. Camina rápido, seguido por la madre y amigos. Cruzamos para saludarlo y felicitarlo. No habíamos terminado de saludarlo y ya estaba en la plaza, listo, dispuesto a ser enchastrado. En su cara se notaba que estaba listo para recibir lo que fuera, que ya no le importaba nada, y así fue que cada huevo, cada barro, cada mancha obtenida era un milímetro más de sonrisa en su rostro, un: "Vamos, mierda, ¿esto es todo el arsenal que tienen?".
-Tirale el engrudo -le dije a Tatu, quien miraba con cierto temor a la bolsa en la que lo traía, como si adentro tuviera un mandril asesino.
-No, mejor no...
-¿Tienen algo para tirarle? -preguntó un muchacho con un ambo azul que, al parecer, tenía bastante práctica en destrucción de recibidos.
-Sí, pero no se anima -dije acusando con mi índice a Tatu y luego señalando la bolsa.
-¿Qué hay ahí dentro?
-Un engrudo -respondió Tatu.
-Damelo.
Desprendió la tapa del envase térmico de telgopor que lo contenía y de inmediato arremetió contra Ernesto, tal vez no con el resultado más deseado, es decir, el más asqueroso. Cuando ya no quedaba nada para tirar, llegó Nati, apurando el paso porque se acababa de dar cuenta que llegaba tarde. Inmediatamente nos saludó, mientras Ernest se cruzaba de brazos y miraba la hora para ver cuanto tardaría en caerle algo más encima, y entonces vino un poco más de polenta y unos huevos para la decoración final. Un par de recortes en el ambo, un corazón en el pecho, cosa de mostrar su veta romántica. Y fotos por aquí, y fotos por allá.
El ruso, luego de una carrera meteórica, se recibió de médico y el grupo adquiere un nuevo profesional, otro peón más que después de cruzar el tablero se convirtió en reina (sin ánimos de tomar la expresión de manera literal). Por ello, felicitaciones al Dr. Ernest por el gran logro conseguido!
La decisión la tomé el día anterior, tirado en la cama mientras con una concentración envidiable miraba el techo. "¿Y si madrugo?", oí que mi voz interior proponía. Mi cuerpo rebatía al instante, "ni lo pienses!", y yo ahí, que sí, que no... Porque podía salir bien, pero y si salía mal? Si madrugaba y después me saltaban con que no porque tal cosa o porque tal otra, habría perdido una hora de mi sueño como un gran boludo... Tal vez no era la solución más propicia, pero existía acaso alguna otra solución.
Me decidí a madrugar. A las seis sonó el despertador. No llegué a entender la canción que sonaba en la radio, me encerré en el baño directamente para ducharme y despejarme un poco. Hubiese querido cantarme algo al son de las gotas y el vapor, pero era muy de madrugada, y todo el edificio me odiaría. Trabajé toda una hora y media sin parar. Estaba hecho una máquina, una fiera, un tubular killer de burocracias, y todo con un propósito: que no tuvieran excusas para impedírmelo. Se hizo el momento, sentí que era el momento, y no dudé en encarar a mi jefa con el afecto y respeto que siempre le dedico y manifestarle, ya no solicitarle, sino expresar una simple declaración de una decisión ya tomada, que saldría por una hora, esa hora que había ganado entrando una hora más temprano que el resto de la oficina, y que tenía el trabajo al día. No faltó más. "Andá, no hay problemas", me dijo y, viendo que ya faltaban cinco minutos para las nueve, me largué a las apuradas, cazando casi con los dientes una factura al azar del montón, corriendo escaleras abajo, bajando a las corridas al subte línea D que me transportara a Medicina, con la cámara de fotos en el bolsillo, lista para disparar. ¿Estaría llegando bien? No era tan tarde... seguro que Nati todavía estaba en su casa, pensé. Además, ¿a qué hora empezaba el examen? ¿A las ocho y media? ¿O era a las siete y media? El horario era fundamental. El horario y las ganas de estar entre los primeros para rendir. Pero sí, si se trata del profe, qué miedo ni que ocho cuartos... no me van a decir ahora que al Ernest en su último examen le va a agarrar pánico escénico... No, eso no se lo cree nadie...
En la plaza, en círculo, con bolsas y expectativas, algunas caras conocidas me indican que todo está preparado para el festejo. Agus, Vani, Ari, Bren, Tatu. Toda una pequeña comitiva del grupo. En la vereda de enfrente, reconozco otras caras conocidas. Tatu hizo mención de los avances obtenidos con los aprendizajes de los recibimientos anteriores. "Estoy mejorando la técnica, esta vez traje un engrudo". Mencionó los ingredientes y enseguidita deseamos no estar en el lugar del ruso. Estábamos hablando de todo esto cuando oigo que alguien dice: "Ahí viene". Al voltear lo veo venir, con su ambo blanco Ala, y con una sonrisa de oreja a oreja. Camina rápido, seguido por la madre y amigos. Cruzamos para saludarlo y felicitarlo. No habíamos terminado de saludarlo y ya estaba en la plaza, listo, dispuesto a ser enchastrado. En su cara se notaba que estaba listo para recibir lo que fuera, que ya no le importaba nada, y así fue que cada huevo, cada barro, cada mancha obtenida era un milímetro más de sonrisa en su rostro, un: "Vamos, mierda, ¿esto es todo el arsenal que tienen?".
-Tirale el engrudo -le dije a Tatu, quien miraba con cierto temor a la bolsa en la que lo traía, como si adentro tuviera un mandril asesino.
-No, mejor no...
-¿Tienen algo para tirarle? -preguntó un muchacho con un ambo azul que, al parecer, tenía bastante práctica en destrucción de recibidos.
-Sí, pero no se anima -dije acusando con mi índice a Tatu y luego señalando la bolsa.
-¿Qué hay ahí dentro?
-Un engrudo -respondió Tatu.
-Damelo.
Desprendió la tapa del envase térmico de telgopor que lo contenía y de inmediato arremetió contra Ernesto, tal vez no con el resultado más deseado, es decir, el más asqueroso. Cuando ya no quedaba nada para tirar, llegó Nati, apurando el paso porque se acababa de dar cuenta que llegaba tarde. Inmediatamente nos saludó, mientras Ernest se cruzaba de brazos y miraba la hora para ver cuanto tardaría en caerle algo más encima, y entonces vino un poco más de polenta y unos huevos para la decoración final. Un par de recortes en el ambo, un corazón en el pecho, cosa de mostrar su veta romántica. Y fotos por aquí, y fotos por allá.
El ruso, luego de una carrera meteórica, se recibió de médico y el grupo adquiere un nuevo profesional, otro peón más que después de cruzar el tablero se convirtió en reina (sin ánimos de tomar la expresión de manera literal). Por ello, felicitaciones al Dr. Ernest por el gran logro conseguido!
2 comentarios:
lo felicite en persona, por mail, por facebook, asi que ahora por blog!!!!!!
Felcitaciones Ernesttt!!!! sos mi primer amigo doccc!! (con las chicas hablabamos si ya nos puede recetar cosas m?m?m?)
lo del corazon en el ambo fue genial!!!!!!! en fin, todo lo mejor!!!!!!!!
si quieren recordar lo q tenia el engrudo, avisen ja
jajajajaajaj
bueno...
yo no quiero engrudo para mi recibimiento! (ah, re ortiva)
*utiliza términos fotologueros*
felicitaciones otra vez!!!!!!!!
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