Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

jueves, 11 de febrero de 2010

Frialdad: encuentro cercano con el glaciar Perito Moreno y con la gente de El Chaltén

Usamos el auto todo lo que pudimos, casi hasta para ir al baño. El Ford K rentado era una suerte de bendición, que además de evitarnos trepar las empinadas calles de Ushuaia y transportarnos de un rincón del parque nacional a otro, nos sirvió para hacer una de las excursiones más esperadas del viaje, la visita al coloso de hielo, el glaciar Perito Moreno.
Cómo describir con palabras la soberbia de ese glaciar, si ni siquiera las fotos ni las filmaciones consiguen retratar la realidad, una realidad tan irrepetible como las cataratas del Iguazú, el Talampaya, el Macchu Picchu, etc.
Cuando llegamos a la pasarela, desde donde pudimos hacer avistaje desde distintos ángulos y alturas, lo primero que hicimos fue escabullirnos entre extranjeros de todas las nacionalidades y conseguir fotografiarlo, pero por más que intentáramos, los colores que lo componen, con sus tonalidades de blanco y celeste se volvían más y más inalcanzables. Para colmo, aparecer alguno de nosotros delante del glaciar generaba un cambio de balances de blanco que volvía al monumento natural indiscernible en un fondo blanco que acompañaba nuestros rostros. En la desesperación por conseguir captarlo logramos lo que los manuales Canon y Sony no consiguieron: que aprendiéramos a usar nuestras cámaras digitales. Recién ahí el glaciar se dejó robar algún que otro color.
De cualquier manera, personalmente no pude dejar de sentir un estremecimiento producto de tristeza y piedad por aquel majestuoso monstruo de picos y paredones glaciales que tronaba con la gravedad de un trueno y escupía fragmentos de sí mismo al lago Argentino. No pude dejar de sentirlo como una bestia prehistórica mortalmente herida, luchando contra sí mismo para no desarmarse por completo y perecer en su propio derretimiento, en su propio llanto. Desde ya que su muerte no es inminente si se la compara con la corta vida humana, pero la estocada ya fue dada, y ahora por cientos de años, el coloso se ira desmoronando, tronando su desgracia.
Tal vez suene ridículo, pero pese a su cautivadora belleza, lo sentí un espectáculo triste, un estrago de la inconciencia del ser humano, una injustificada destrucción de nuestro propio hogar. Trato de hacer la vista gorda, de pensar en que es algo que me supera, y no puedo dejar de cuestionarme si realmente me supera, si nos supera a todos. Y abandonando estas reflexiones a fin de evitar convertir la crónica en un manifiesto ecologista, retomo nuestra excursión.
La estadía en el parque fue breve, quedándonos incluso con las ganas de subirnos a una lancha o catamarán o lo que fuera, que se acercaba a la gigantesca pared de hielo, por estar corriendo con el tiempo para devolver el vehículo, armar las mochilas, desarmar las carpas y subirnos al micro que nos dejaría en El Chaltén.
Mas o menos, la velocidad con que lo cuento se asimila a los acontecimientos, que de buenas a primeras nos ubica en la ciudad del monte Fitz Roy, en un atardecer con un cielo prácticamente de acuarela. Quizás un poco esperanzado aún, no me doy cuenta de que se acercan los días de oscuridad (por la suciedad de no ver una canilla ni una ducha por días), pero no quiero adelantarme en los acontecimientos.

Después de los precios irregateables de El Calafate y tras haber cumplido con la impresionante visita al famoso glaciar Perito Moreno, finalizó la primera etapa del viaje, aquella de comodidad a raíz del auto alquilado, y comenzó el de los circuitos de trekking desde el Chaltén, con las implicancias que esto mereciera.
El pueblo de El Chaltén es, hablando mal y pronto, un caretaje del mismo nivel que el Calafate. Todos los habitantes buscan hacer dinero a toda costa sin importarles la situación, edad y origen de nadie. Si bien es bonito carece de mérito de haberse convertido en lo que es con el transcurso de su historia (de la cual prácticamente carece por ser el pueblo fundado más recientemente en el país), y al estar pensado al solo efecto del turismo europeo le brinda encima un carácter detestable y vergonzoso. Ello, sumado a su poca poesía, a su falta de humanidad, en donde la única emoción es brindada por el Fitz Roy, que en sectores del pueblo no es observable por hallarse oculto tras un cerro.
Cabe destacar también la actitud de los habitantes, propia de máquinas expendedoras de boletos que prefieren no vender antes que disminuir los abultados precios, consideran que los pagos de un extranjero con buen nivel económico debe ser similar a la de un estudiante argentino. Y es que siempre está presente la opción, por supuesto, de no pagar lo que cuesta el camping organizado, y pasar la noche en el camping libre, al que se accede tras subir durante dos horas la montaña, dentro del Parque Nacional Los Glaciares, y hasta la posibilidad de elegir entre quedarse ahí o seguir caminando y alcanzar alguno de los otros campings existentes. Para dar cuenta de los negociados existentes, vale aclarar que antes existían dos campings libres en el pueblo, pero por disposición de la “intendenta” “presidenta de la junta comunal” o lo que fuera, de El Chaltén, ambos fueron cerrados y solamente quedaron los dos campings organizados en la montaña.
Impedidos de subir al momento de llegar al camping libre, y tras averiguar el precio del primer camping, en el cual la mujer que lo atendía se negó a hacernos un descuento y apoyó nuestra causa con las palabras: “Yo en su lugar, haría como ustedes, buscaría el lugar más barato para acampar, no sé cuanto cuesta el otro camping, pero ‘averigüen’, ‘avirigüen’”.
Dormimos una noche en el camping organizado vecino al de la señora, que costaba lo mismo (vaya casualidad) y con la diferencia de que tenía agua caliente las 24 horas, cosa que no ocurría en el primero. Antes de emprender a la mañana siguiente el ascenso al camping libre, oímos dentro de la Administración del camping en el que paramos que a los que paraban en el camping con auto les correspondía abonar un plus por el rodado, y que a un grupo de personas que pedían permiso para usar una parrilla para hacer un asado, y sin intenciones de armar una carpa para quedarse a dormir, les exigían la mitad de lo que cuesta la estadía por persona a cada uno de los comensales.
Decididamente asqueados de los negocios, de que no haya señal para los celulares, que los ciber no permitiesen bajar el Skype (un programa para hablar por teléfono por Internet, que es gratuito), que los dos campings libres de la ciudad hubiesen sido cerrados permitiendo que los dos organizados hicieran lo que quisiesen, nos calzamos las mochilas y nos dirigimos a la montaña, puntualmente a la laguna Capri donde dejaríamos la carpa armada y desde donde partiríamos rumbo a las sucesivas caminatas.


Epígrafes:
Foto 1: Vista de la magnitud del glaciar Perito Moreno.
Foto 2: Una de las paredes del glaciar, con su color característico. El hielo que parece desprenderse y que sin embargo está por el momento firme, formando una V de la victoria consigue que algunos visitantes confirmen que que el glaciar es nacional y popular.
Foto 3: El atardecer en El Chaltén casi roza la pintura.

Cierro esta crónica con un tosco poema dedicado al Glaciar Perito Moreno que recojo de entre mis apuntes y dibujos:
Antiguo habitante del tiempo
soberano hielo del mundo
pared glacial de la historia
oigo tronar los lamentos,
rugidos de herida mortal,
que tu vejez desgrana
en la gélida paz que te arrulla.
Perdiste la soledad en que naciste,
te adulan quienes te traicionan,
entre flashes y filmaciones
el hombre retrata tu decadencia,
la gravedad de tu joven herida,
la pérdida de tu inmortalidad.
Estimado coloso con huesos de cristal,
tu fractura conmueve mi frágil andar.

jueves, 4 de febrero de 2010

Gastronomía Fueguina

Madrugar a raíz de la música de los descerebrados que habían llegado la noche anterior, nos permitió visitar unas sendas más antes de volver a Ushuaia, y debido a que nos encontrábamos constantemente a contrarreloj a causa de la necesidad de devolver el auto alquilado en El Calafate, con los chicos logramos convencer a Teseo para que dejara el famoso “Guanaco” para otra oportunidad. Eze lo aceptó muy a su pesar, y no obstante mi negativa, aprovecharon parte de la mañana para recorrer el sendero de Pampa Alta y el Valle del Río Pipo. Yo, por mi parte, me incliné hacia la lectura y la reflexión.

Ni bien se alejaron por el boscoso sendero, los subnormales detractores de la naturaleza volvieron a la carga con dosis de reggaeton y cumbia, logrando que mi lectura se torne costosa y difícil de asimilar ante banal competidor que habla de sexo, droga y frases zonzas y patéticas que se tornan pegadizas a base de la constante repetición, y se refriegan por el cerebro al punto de secarlo y dejar al individuo en una suerte de pseudo-lobotomía que en ocasiones consigue que uno se descubra tarareando sus ritmos de dos acordes, si es que los llega a tener.

Tras lanzar un par de gestos de bronca que de seguro no logran visualizar por la distancia, decidí abandonar mi ubicación e internarme en el bosque. Junto a un arroyo la música se tornó lejana, convirtiéndose en un bajo constante retumbando de la tierra. Si bien la ubicación escogida no me convencía lo suficiente, tampoco podía alejarme demasiado ya que las llaves del auto estaban en mi poder, y si bien los muchachos se habían ido por ese camino en el que me encontraban, no tenía la certeza de que regresaran por el mismo lado.

Me senté junto al arroyo y comencé a leer. Nuevas preocupaciones: mosquitos. Sin embargo, los preferí con dengue y todo antes que ese compilado de grasa que andaban escuchando a todo volumen la manga de retardados.

Con el regreso de los demás, hicimos el sendero de la cascada del río Pipo y nos volvimos a Ushuaia.

Era domingo, dos de la tarde y teníamos un hambre devorador producto de haber comido la noche anterior un arrocito “azafranado” con conservantes con aroma a paella. Por suerte, Ernest, con un olfato magnífico, nos guió a un local con una variedad de empanadas nunca antes vista y así logramos saciar nuestros estómagos, y quedar en condiciones como para viajar a Tolhuin, que está cerquita de Ushuaia, prácticamente después de unos kilómetros de curvas y contracurvas con paisajes de cerros nevados y mucho verde y lagos.

Como debíamos pasar la noche en dicha localidad, nos dirigimos a un camping. El dueño pretendía una suma por persona que Eze rechazó sin reservas. Pese a nuestro asombro por el precio, el bigotudo que nos atendió, que sospechamos de tendencia germanófila, no cedió y nos indicó que de querer pagar menos podíamos ir a un lejano camping que habíamos visto desde la ruta. Este rechazo nos dio inmediatamente la pauta de que el bigotudo la levantaba en pala y que no cargaría en su conciencia no haber dado una parcelita a unos argentinitos ratones. Insistiendo en que pagaríamos la suma si se ampliasen los beneficios que el camping otorgaba, solo al efecto de poder intentar convencer a Teseo, el bigotudo pisó el palito y largó el rollo, soltando la piedrita que guardaba en el zapato. “En el camping del sindicato de comercio creo que cuesta cinco pesos por persona”. Por primera, y tal vez única vez en el viaje, la testarudez de Eze consiguió lo que los regateos y contraofertas de Ernest no lograron.

Efectivamente, el camping manejaba ese precio y tenía lugar de sobra. Además, contaba con beneficios que el encargado del camping del sindicato, un tipo bondadoso con panza de asado, nos informó, desde permitirnos ubicar la carpa en un refugio con techo a dos aguas para evitar el viento y la lluvia, calentarnos agua sin costo alguno para unos mates, e incluso ante nuestro pedido de agua caliente para ducharnos prendió la bomba para que pudiéramos bañarnos. Graciosamente, Eze, urgido de asearse, no esperó el tiempo suficiente para que la bomba cargase y se arriesgó a una hipotermia.

En cuanto a la comida, después de la cantidad de empanadas del almuerzo, Ernest había considerado cenar algo livianito, de paso para no perder la costumbre, y había negado rotundamente la posibilidad de un asado. “Cuando estemos en el Chalten…” prometía pensando en los corderos patagónicos que seguramente serían regalados en aquella zona. Y es que después de su viaje a Cushamen, lo único que realmente lo motivaba era poder hacer un cordero o un chivo al asador. Pero resultó que, mientras yo buscaba el refugio con el suelo menos pedregoso y con menor inclinación, me encontré en el interior del último intento no sólo el lugar más apto sino que además la señal que Ernest estaba esperando. Sobre el suelo del refugio yacía una cruz de hierro de asador.

Inmediatamente, corrí hacia Ernest y le conté el hallazgo, y como sus oídos no daban crédito a lo que oían, fue a verlo con sus propios ojos. La lejana posibilidad se convertía en un santiamén prácticamente en certeza. En ese camping, para colmo, teníamos leña ilimitada, chapas para proteger del viento y el bonito asador.

Ezequiel lanzó su caballito de batalla, como quien retruca cuando siente que el partido se le va de las manos. “Pero ¿qué hora es? Me parece que deben ser como las siete y media, y estaría bueno que nos fuéramos a dormir temprano”. No obstante, inmediatamente salté con mi celular en la mano dando la hora exacta: ¡eran las seis y cuarto! Había tiempo para hacerlo.

Solo quedaba un impedimento en pie además de convencer a Eze (lo cual no nos preocupaba porque estábamos dispuestos a obligarlo): conseguir el cordero. Ernest y Teseo fueron a su busca y al rato regresaron exitosos, habiendo Añadir imagenconseguido milagrosamente un pedazo que no estaba congelado y de esa manera nos despedimos de Ushuaia a lo grande.

Como para no perder la costumbre de las músicas, tuvimos la suerte de que justo al lado nuestro vinieran un grupo de amigos a pasar una noche de camping, escabio y reggaeton, cumbia y similares y Eze rezongó hasta que me dormí. Creo que incluso por la noche fue a enfrentarlos, según comentara a la mañana siguiente, pero con calcitas y todo, esta vez la música apenas bajó y no le quedó otra que dormirse con la música ajena sonando.

A la mañana siguiente, la música seguía sonando y tras desarmar la carpa nos dirigimos a la panadería “La Unión” donde compramos cosas ricas que desayunaríamos con el mate en el día de viaje que nos esperaba rumbo a El Calafate.


Epígrafes:

Foto 1: El ruso y Fer en el camping del Sindicato de Comercio distribuyen las chapas para evitar que los fuertes vientos no afecten la cena.

Foto 2: El refugio en el que ubicamos la carpa dentro del camping.

Foto 3: El ruso limpia la única cruz que se anima a tocar, la del asador, y manifiesta que a diferencia de todos los católicos, su bautismo fue con fuego y no con agua. "Cielo o infierno? Infierno toda la vida. En el Cielo no hay humo, por lo que estoy seguro de que no comen asado.".