Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

domingo, 15 de febrero de 2009

Rompiendo moldes

por "Teseo" Birman


Además del elemento lingüístico, este viaje tiene un componente que podríamos llamar emocional. Claramente, todo momento, cada segundo de la vida tiene su aspecto psíquico. Pero las vivencias grosas acentúan ese vértice y se observan mejor desde él. Estamos de acuerdo en que aventuras como la presente dejan una marca en quien las vive, más o menos profunda, pero indudablemente la dejan.

Yo no me considero tímido, ni siquiera inseguro. Al menos no lo soy en mis experiencias cotidianas. Creo que mis excesivas preguntas o rodeos antes de tomar ciertas decisiones se deben a un exceso de escrúpulos. No a timidez o inseguridad, sino a escrupulosidad. Y en varios momentos me pregunté si, quizás, este viaje me podría ayudar a modificar esa faceta.

En lugar de responder con un «sí», «no» o «más o menos», voy a contar algunas anécdotas para que cada uno saque sus conclusiones.


Anécdota Nº 1

En determinado momento, me llegó una citación para una visita médica. Absolutamente normal. Yo sabía que para obtener mi permiso de residencia tenía que pasar por ello. La consulta era en la ciudad de La Rochelle, la capital del departamento al que pertenezco, a 120 km. de Jonzac.

Semanas atrás, en Poitiers, capital de mi provincia, había conocido a los asistentes de español que trabajan en ella, y con varios habíamos intercambiado las direcciones de mail. Al lado del nombre y el correo de los asistentes, coloqué su nacionalidad y la ciudad donde trabajan.

Pues bien, al ser citado en La Rochelle, decidí escribir a la única asistente de allí cuyo correo había registrado (lo normal es que en cualquier ciudad haya varios asistentes, y de por lo menos tres idiomas, y no dos, uno de español y otro de inglés, como aquí): una chica mexicana llamada Margarita.

Tenía un remoto recuerdo de dos chicas mexicanas con las que había hablado en Poitiers el 2 de Octubre, pero lo concreto es que no tenía idea de quién era Margarita. De todos modos, le mandé un correo, y resultó que también ella había sido citada el 23 de Octubre, de modo que nos encontraríamos en el consultorio del médico.

Pues bien, muerto de sueño y de frío, estaba en la sala de espera; naturalmente, el médico estaba atrasado y yo seguía esperando sumamente embolado. Había, también, una asistente inglesa, un yanqui, y una rusa (que obviamente se llamaba Tatiana). Entró la inglesa al consultorio, el yanqui hablaba con otro paciente, francés, sobre la inminente elección en yanquilandia (hablaban en francés, de modo que yo entendía, y era muy gracioso ver cómo el francés defendía fervorosamente a Obama mientras el yanqui no sabía cómo ocultar que era republicano y disfrazarse de demócrata). La rusa, por su parte, se quejaba de haber buscado hoteles en varios lugares (las vacaciones empezaban al día siguiente), consiguiendo habitaciones dobles pero nadie que la acompañara.

En eso entraron dos chicas, que hablaban español. Nos pusimos a charlar, en especial con una de ellas. Me dijo que trabajaba y vivía en La Rochelle, en el mismo departamento que la otra asistente de español presente, y que la asistente rusa.

En determinado momento del diálogo, le pregunté:

-Y Margarita, también trabaja acá, ¿no?

-Sí, sí, yo soy Margarita.

Pasando olímpicamente por alto la incómoda situación en la que yo mismo me había colocado, dije alguna tontería para hacer avanzar el diálogo y poder llegar a donde quería.

Entre los muchos lugares cercanos que me habían sugerido visitar, La Rochelle era uno de los más destacados. Los alumnos me lo habían recomendado, y las imágenes que había visto eran muy atractivas. Sin embargo, como contrapartida, me habían advertido que era muy caro.

Si bien el precio de la noche en el albergue para jóvenes no era excesivo, nada mejor que lo que es gratis. De modo que, en cierto momento, me decidí y pregunté a Margarita (a quien, insisto, veía por segunda vez y sólo había reconocido diez minutos antes) si, en caso de visitar La Rochelle, podría dormir en el departamento donde ellas estaban. Me contestó que en principio no habría problema, pero que debería consultarlo con sus convivientes.

Así pues, llegó mi turno, fui revisado, me congelé mientras me hacían la radiografía de tórax, y comprobé por enésima vez, durante la prueba de vista, que no veo un carajo. Obtuve mi constancia de control médico, salí, saludé a Margarita, me llevé su promesa de un posible alojamiento, y me fui rajando a la estación (el intervalo entre entre los dos siguientes trenes a Jonzac era de cinco horas).

Días después, de vacaciones en París, mandé un mail a Margarita, preguntándole si había hablado con sus compañeras. La cuestión es que tardó un montón en responderme. Primero, me dijo que se había olvidado. Finalmente, me dijo que la asistente chilena no tenía drama, y que no haía hablado con la rusa y la escocesa pero suponía que tampoco tendrían problema.

Consecuencia: el sábado 8 de Octubre, con un día horrible, llegaba a La Rochelle. Paseé toda la tarde, y cuando oscureció, fui a una panadería, compré una hogaza de pan como «presente», y me puse a patear hacia la casa de mis anfitrionas.

Caminé mucho, junto a la costa; ya no llovía, y era hermoso ver la ciudad iluminada sobre el mar, sentir el pasto mojado y su olor. Naturalmente, me perdí, y no fue sino después de llamar tres veces a la asistente chilena (Margarita aún no tenía celular) y de que ella viniera a buscarme, que llegué a destino.

Nos sentamos a merendar, tomé un té, saqué el pan que había comprado como atención. Naturalmente, el 90% me lo comí yo (pero como contrapartida, a la noche salimos y yo invité con unas tapas muy abundantes y que, esta vez sí, comimos entre todos).

Esa no fue ni la primera, ni mucho menos la última vez que logré currar el alojamiento. El asunto es que, con el paso del tiempo, fueron sucediendo otras cosas más meritorias de ser contadas.


Anécdota Nº 2

Cuando fui citado a la segunda reunión en Poitiers, recordé que Silvia, una asistente española de Angoulême (a mitad de camino entre Jonzac y Poitiers), me había dicho, en la primera reunión, que ella vivía en una casa grande donde sobraba una habitación, y que podríamos ir cuando quisiéramos. De modo que, para evitar dormir nuevamente en el albergue para jóvenes de Poitiers (esta vez, en serio, no era sólo no pagar: les aseguro que cuando uno entra en ese albergue lo primero que reconoce es un profundo, ancestral olor a pata), le escribí a Silvia y dormí en Angoulême.

Podría contar cómo esa noche me fueron a buscar en auto a la estación, y de ahí fuimos a comer a lo de la asistente irlandesa. Es decir, cómo, de pronto estaba charlando y tomando vino como un viejo amigo en la casa de gente que no conocía. O cómo en casa de Silvia me dieron la habitación libre con una cama matrimonial mientras las otras cuatro asistentes que también habían ido a Angoulême dormían en el piso del comedor (a pesar de mi insistencia por dejarles la habitación, como buen caballero).

Pero creo que lo más destacable sucedió otro fin de semana.

Resulta que finalmente me hice amigo de Silvia, y me invitaron un sábado a la noche, porque los asistentes estadounidenses de Angoulême organizaban, en casa de Silvia y Jessica (la asistente inglesa con quien comparte la casa) la cena de acción de gracias. De modo que el sábado a la tarde me fui para allá, y cuando llegué, a eso de las 20, la casa ya parecía un boliche. De hecho, me abrió la puerta un desconocido, no sólo mío, sino también de Silvia y Jessica (ellas mismas me dijeron luego que sucesivamente permitieron entrar en la casa a gente cuya identidad desconocían absolutamente). Había alrededor de treinta personas, música fuerte y poca luz, y una mesa literalmente cubierta de comida. Y no poca gente ya bastante en pedo.

Me contaron que habían empezado a comer a las tres de la tarde (y, a la misma hora, a tomar alcohol) y que la joda continuaba. De modo que me dispuse a aprovechar las abundantes sobras, charlé y bailé un poco, hasta que en determinado momento, cerca de las 22 (en Francia la noche empieza y termina mucho más temprano que en Argentina), nos fuimos los treinta a un bar.

Caminamos en grupos, y cuando yo llegué ya había varios adentro. La gente con la que había ido fue entrando, y cuando me dispuse a hacer lo mismo, el patovica me lo impidió: «Con esa ropa no puede entrar», me dijo. Enormemente sorprendido, pero sin discutir, me di la vuelta y salí.

Francamente no tengo idea de qué prenda planteaba el problema (aunque supongo que fue la bombacha de campo), pero en todo caso no me pareció apropiado intentar una discusión inútil ni joder a mis compañeros. De todos modos, debía decirles lo que sucedía.

Resulta que tres de ellos (un asistente yanqui, la asistente irlandesa y su novio, francés) se re calentaron, fueron a discutir con el patovica, que se mostró inflexible, y terminaron decidiendo que si yo no podía entrar, entonces todos nos iríamos a otro lugar. Así, fueron a buscar a todos los que ya estaban dentro, y nos fuimos, los treinta (a la mayoría de los cuales yo no conocía), a otro lugar.

Todas las muchas otras veces que fui a Angoulême, seguí durmiendo en el cuarto con la cama matrimonial (al que ya llamo, cuando hablo con Silvia, «mi cuarto»), seguí disfrutando de la amabilidad y amistad de los varios asistentes de allí, pero, sobre todo, me puse, siempre, un simple jean celeste.

1 comentario:

Anónimo dijo...

uh, la anécdota 1 fue hace bocha!

loco, estos patovicas... son una plaga ¬¬
ohhh, muchos asistentes... y de distintos lugares, muy copado!