Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Perdón si con las entradas del blog se ofende a alguien. No es la intención bajo ningún punto de vista. Trato a veces de hacer las notas un poco jocosas con pasajes que no tienen nada que ver, o con alguna que otra invención, pero es claro que se busca hacer sonreír y no dañar.
Jugar a escribir sobre alguien implica, además de conocerlo, poder escribir cualquier cosa de esa persona, y en algunas ocasiones puede molestar. En ningún momento deseo tirar palos contra nadie, sino simplemente mostrar a alguien. Y en tanto nadie se ofrezca a escribir, va a ser narrado desde mi punto de vista. Escribir todo lo bueno de una persona y nada más dejaría un gustito a mentira en la boca difícil de creer.
Podemos, en base a las descripciones que nos hacemos, ofendernos y no entrar más al blog porque "es TU blog" y no el blog del grupo, o podemos reírnos y dejar un retrato de cada uno. ¿Retrato? Pero si no me parezco en nada a lo que escribiste..., podrían decir. Bueno, gente, escriban, comenten, háganse notar y no callen, porque el que calla, otorga.
Si alguien se sintió ofendido o molesto porque escribí algo que no debía, le pido disculpas, pero no puedo garantizar que no vuelva a ocurrir. Solamente, sepan que no es de mala leche.
El blog está en orden. Felices fiestas y felices vacaciones!

lunes, 22 de diciembre de 2008

Teseo y el lenguaje underground

Nuevamente, Teseo nos deleita con sus anécdotas en Francia.


Este viaje tiene un relevante contenido lingüístico, por llamarlo de algún modo. Ya lo dije en el texto anterior: después de ocho años de estudio, iba a poner a prueba mi francés in situ.

Esa puesta a prueba, si bien fundamental, va de la mano con una contracara: un nuevo aprendizaje. El aprendizaje de la lengua viva, de la lengua hablada en la calle; no el francés que a uno le enseñaron en la escuela. Es cierto que es mi falta no haber buscado y escuchado la música y leído los textos apropiados y suficientes para estar al corriente del francés actual, «callejero»; sea como sea, la cuestión es que yo conocía muy poco de ese nivel de lengua, y esta experiencia es enriquecedora también en ese aspecto.

Así, poco a poco aprendí cómo se dice, por ejemplo, «me rompe las pelotas», «hacer fiaca», «pajero», «laburar», «andá a cagar», «jeta», «¿esto es joda?»; todas expresiones familiares, corrientes, más o menos groseras, pero ajenas a la academia.

Pues bien, muy contento con mi nuevo vocabulario, me dispuse a dar el segundo paso: utilizarlo.

Ahora bien, hablar una lengua extranjera, por lo menos con las palabras corrientes, implica correr el riesgo de no saber exactamente qué se está diciendo.

Dos hechos se suscitaron en relación con esto. Y llamativamente, ambos se relacionan, también, con el viaje que, en Enero, mis viejos harán a España, durante el cual nos encontraremos.

En virtud de ese viaje, pedí autorización para no trabajar durante una semana, recuperando las nueve horas del Liceo en otros días. Por eso, junto con una de las profesoras preparé un proyecto de recuperación de las clases, que por diversas razones resultó ser muy complicado.

Así pues, cierta vez, en la sala de profesores, ultimando los detalles de este asunto, dije, en francés, el equivalente de: «esto es un quilombo increíble». A lo cual la profesora, muy divertida, me dijo, casi cargándome: «No, Ezequiel, vos hablás francés muy bien, no tenés que decir esas cosas». Ante este comentario, otro profesor respondió: “No, está muy bien, tiene que aprender a hablar con esas palabras”.

Esa situación fue pintoresca, digamos, pero nada más; yo tenía plena conciencia del nivel de lengua utilizado y sabía que no era desubicado en ese contexto.

Sin embargo, esa conciencia de la ubicuidad no me llegó por arte de magia, sino como lección de otra situación, un poco más desafortunada.

Siempre en relación con el viaje de mis viejos, me encontraba en la estación de trenes de Jonzac, intentando comprar el pasaje a Barcelona. Directamente pedí el billete saliendo de Bordeaux, porque sabía que el tren que me llevaría, cuyos horarios serían los determinantes, digamos, partiría de Bordeaux, la ciudad grande más cercana.

Una vez que habíamos resuelto el asunto del pasaje desde Bordeaux, el cajero me dijo: «Ahora bien, habría que ver cómo hace para ir hasta Bordeaux», a lo cual yo quise responder que eso no tenía importancia, total hay varios trenes por día que unen Jonzac y Bordeaux.

Para expresar esto, y siempre queriendo hacer uso del vocabulario adquirido, dije: «Le trajet à Bordeaux, je m’en fous», que, en el mismo nivel de lengua, significa: «Me cago en el trayecto a Bordeaux».

Quizá por indulgencia, sabiendo que soy extranjero, o por ya estar acostumbrado a que la gente de mi edad hable de ese modo, o por pura cortesía, toda la reprobación del cajero se limitó a mirarme fijo, por un instante, a los ojos, levemente sorprendido, y nada más.

Intuyendo que había metido la pata un poco, pagué mi billete y me fui.

Días después, comenté la anécdota con una de las profesoras de español. No se escandalizó ni se dobló de la risa, pero me dijo que era un poco fuerte decir eso al cajero de la estación, y me enseñó una expresión equivalente pero más cortés.

En conclusión, mejor sigo puteando en castellano.


miércoles, 10 de diciembre de 2008

¿Dónde está mi valija?

Viajar implica juntar vivencias, y con ellas, anécdotas. Personalmente, y si bien afortunadamente aun no sufro de las formateos de disco rígido que el aleman Herr Otto Alzheimer aplica en algunas personas, confieso que descubro que muchos detalles de viajes anteriores se los ha llevado el viento del olvido.
A raíz de este triste descubrimiento, decidí tomar cartas en el asunto y comencé a llevar diarios de viaje, a escribir crónicas y similares para, por lo menos, no perder esos detalles que quisiera mantener con el correr del tiempo. Esta decisión también se la transmití a modo de propuesta a Teseo antes de su partida a Francia... o tal vez, después, en algún correo electrónico... mmm... (premisa de presencia de Otto, tal vez?).
Lo cierto es que así fue como nuestro corresponsal en Francia escribió una de sus primeras crónicas de viaje que decidió compartir con ustedes.

El profesor de Español no encuentra su equipaje

El martes 23 de septiembre, a eso de las diez de la mañana de Francia, una sola sensación me mantenía despierto: el vértigo. Aunque unas horas antes había pisado la tierra al otro lado del Atlántico, recién entonces había cruzado el verdadero océano: el lingüístico. Ya no sería TV5 y sus publicidades idiotas en el subte (“el Lyon no es el rey de la selva”, “la Liga Francesa no es una marca de lencería erótica”), o comedias que me doblaron de la risa (“La cena de los tontos”, “El placard”, “Ruby y Quentin”, “El tren de la vida”), o libros comprados en la calle Esmeralda al 800, pagados con un ojo de la cara, cada una de cuyas líneas me demandaba una hora de lectura y otra de búsqueda en el “Petit Robert” (¿alguna vez alguien me explicará por qué mierda todos los diccionarios de 4000 páginas se llaman “pequeño”?). Ahora sí que iba a amortizar, y en euros, toda la guita puesta en estudiar francés. Ahora, en el suelo galo, empezaba el viaje, la aventura. El desafío. Que no tardó en presentarse.

Hacía diez años que no viajaba en avión. En Ezeiza me habían dicho que, en Barajas, la aerolínea se ocupaba de mi equipaje. Muy tranquilo, entonces, bajé en Orly, y fui hacia la cinta móvil sobre la que desfilaban las valijas. Esperé. Apareció el bolso, que súbitamente pesaba el triple de lo que yo recordaba. Seguí esperando. Y un rato más. Quedábamos tres personas, y algún equipaje sin dueño. Y en un reflejo nada feliz, yo, un dueño sin equipaje.

¡Mi valija! ¡Toda mi ropa!

Le pregunté a la primera persona que encontré, y me indicó un local de AirFrance.

Arrastrando como podía mi bolso, fui hasta allí. Como para darme aliento, me encontré con una pasajera que se peleaba a gritos con una empleada; supuse que tenía el mismo problema que yo. Pero fiel a mi frecuente parsimonia, y, eso sí, con una tranquilidad de espíritu que me sorprendía, me dirigí a la otra empleada para plantearle mi caso. Después de un par de minutos y de buscar en una computadora, me dijo que mi valija estaba en Madrid. A mí me parecía inverosímil que me dijera eso con tanta seguridad; mi verdadero miedo era que me la hubieran robado. Pero no. Realmente inverosímil era, para ella, esa posibilidad (comentario al margen: no era tan imposible, porque después vería que, una vez bajado del avión, ya nadie me controlaba, y yo podía agarrar el equipaje que quisiera e irme a cualquier lado sin que nadie, salvo su dueño, pudiera impedirlo).

Después de insistir en que la valija estaba en Madrid, me dijo que había no sé cuántos vuelos diarios entre Madrid y Francia, y que necesitaba mi domicilio aquí, y que en 72 horas como máximo llegaría mi valija a la dirección indicada. Frente a lo cual yo saqué la constancia de designación, para indicarle el nombre del liceo donde trabajaría, aunque no estaba seguro de que la dirección allí indicada fuera mi futuro domicilio.

Mientras trataba de explicar esto, intervino la otra empleada, preguntando a su compañera:

- ¿Qué sucede? ¿El joven no tiene dirección en Francia?

- No, no, espera, que el Señor es Profesor de Español.

Un poco (sólo un poco) henchido de orgullo por dicho trato, esperé que la señorita finalizase de preparar mi reclamo. Una vez que me dio la constancia del trámite, me preguntó si tenía productos de perfumería. Con toda honestidad (lo juro), le dije que no, porque pensé que esas cosas estaban en la valija, aunque después recordé que estaban en el bolso.

Resultado: me ligué dos estuches azules, con shampoo, jabón, desodorante, cepillo de dientes, dentífrico, jabón en polvo, peine, hisopos, algodón, espuma de afeitar, hojita de afeitar (que sigo usando) y hasta una remera que dice "Skyteam" y tengo puesta mientras escribo esto.

Ya muy tranquilo, conociendo el paradero de la valija rebelde, lleno de seguridad y confianza por mi nueva investidura docente, y sobre todo, feliz por lo que había ligado, pregunté cómo ir a la Gare Montparnasse, en París, para tomar el tren. A lo cual me respondieron que los empleados del subte estaban de paro, y que me convenía tomar el micro de AirFrance que me dejaba directamente en la estación.

Así que, arrastrando el bolso, teniendo por toda vestimenta lo puesto y la nueva remera, pero con más productos de higiene que una perfumería, salí del edificio rumbo al colectivo que me acercaría el tren que, recorriendo 445 kms en dos horas y veinte minutos, me depositaría en la ciudad a la que el profesor del Liceo me iría a buscar para llegar, por fin, a mi destino.