-¡Truco! -cantó Ramón cortando el silencio de ultratumba.
Ferchum lo miró con avidez, casi rogándole que tuviera las cartas que a él le faltaban. Por su parte, Discepolín intercambió miradas con el ruso, preguntándole en un diálogo telepático si Ramón estaría mintiendo o si por el contrario estaban cargados. El ruso le guiñó el ojo, y su amigo entendió al instante que se había carteado el ancho de basto.
-Quiero –dijo a su pesar el mellizo. No era de agradarle la trampa, pero quizás el estilo salzmaniano le trajera un poco de aire a la incómoda distancia en la puntuación que llevaban anotada.
Ramón jugó un tres, apurando a Ernesto.
“Ese tres es nefasto, aplastalo” le dijo con los ojos Discepolín. El ruso entendió de inmediato y colocó la carta matufiada. Ferchum aprovechó la ocasión para descartarse un cuatro de oros inútil que no le había servido ni para el envido. La carta que cerró la ronda fue el rey de copas, augurando para la siguiente mano la posibilidad de cartas ganadoras.
-Estamos al horno, ¿no? –dijo FerchuM en voz alta, con un dejo de sobreactuación.
-Presiento que están cargados –murmuró Discepolín ante dicho comentario.- Jugá callado.
-¡Quiero retruco! –bramó Ernesto.
“¿Qué hacés?”, interrogó Javier con la mirada. Nadie lo percibió, los contrincantes miraban atónitos al cantor Salzman.
-Quiero ver –dijo Ramón antes de que su compañero se fuera al mazo. El ruso jugó un seis de espadas. Al otro lado de la mesa, su compañero de equipo no pudo más que dedicarle unas emotivas y silenciosas palabras de bronca. Ferchum jugó un siete de basto y se sonrió porque al menos pudo ganarle a la primera carta de la ronda. Discepolín jugó un dos de espadas y Ramón le siguió con un dos de oros. Todos miraron quién había ganado la primera mano, y Ferchum y Ramón no pudieron más que respirar con tranquilidad cuando recordaron que la primera había sido de ellos.
-Zafamos –murmuró Ferchum mientras sentía como el aire volvía a sus pulmones y le hinchaba el pecho-. Che, ruso, traete más manís que se acabaron.
-¿Hay coca en la heladera para el fernet? –preguntó Ramón.
-Sí… hay bastante. Agarrala –respondió Ernesto, que se encontraba en una posición complicada para levantarse dado que estaba sobre el ancho falso que había intercambiado por el ancho de basto en pleno juego.
Sonó el timbre. Los cuatro se miraron, y Ernest explicó que seguramente era la loca que vivía unos pisos más abajo para manguearle algo para comer o guita.
-No voy a abrirle. No tengo nada para darle. Ayer vino y le encajé una porción de pizza que tenía en la heladera desde la última vez que nos juntamos…
-¡Pero eso fue antes de que se fuera Teseo a enseñar español a Francia! -exclamó Discepolín asombrado.
-Esa mina es de hierro… no te preocupes…
El timbre volvió a sonar una vez más y luego se oyó el ruido del ascensor. Seguramente se habría cansado de insistir.
-A todo esto, ¿qué estará haciendo Teseo ahora en Francia? –preguntó Ramón mientras armaba en la hielera el fernet.
-¿Se habrá agarrado a la canadiense? –murmuró Ferchum.
-No -contestó Discepolín, y con sorna agregó-, seguro que el Eze a esta hora está todavía morfando…
-Qué bien que la hizo el desgraciado… -concluyó Ernesto.
Iban a arrancar nuevamente a jugar los pocos puntos que quedaban, cuando de repente, Ramón sobresaltado llamó la atención de sus amigos.
-Che, muchachos, miren eso…
Señalaba hacia la ventana de la cocina. Todos se voltearon para ver y descubrieron que, flotando en el aire, del otro lado del vidrio se veía caer una suerte de nevada fosforescente.
-¡No! ¡No abras, Ferchum! –pronunció Ramón atajando a su amigo.- Esto me da una mala espina.
-Hay algo flotando en el aire… como si nevara… –dijo Ferchum.
-Sí, y estamos en primavera… hoy al mediodía hizo un calor de cagarse… Esto no es normal… Coincido con Ramón, no abras –apoyó Ernesto.
-¿No notan como un silencio total…? –preguntó Javi.
-Vayamos a ver la calle desde el consultorio… -propuso el ruso aprovechando el estupor del resto para deshacerse del ancho falso.
Se abalanzaron hacia el sector del consultorio del padre del ruso, desde donde avizoraban la calle Uruguay y su cruce con Bartolomé Mitre. En la calle, un par de vehículos habían perdido el control y se encontraban subidos a las veredas y chocados contra los frentes de las casas que daban a la calle. Un par de personas yacían tendidas en la vereda, dando una imagen escalofriante.
Quisieron prender la radio, pero el ruso confesó que se había quedado sin pilas y se había olvidado de comprar nuevas.
-Llamemos a nuestras casas –opinó Ferchum. Pero luego de probar llamar dos veces desde su celular cambió de parecer.- La puta madre… me dice que el saldo en mi cuenta está por agotarse y que por favor realice una nueva recarga... ¡Teléfono de mierda! ¿El tuyo Ernest?
-Me lo olvidé en casa… ¡A ver mellis cuando se compran uno ustedes!
-Yo no voy a andar con esa bosta encima… -ratificó Discepolín.
-Yo tampoco –agregó tajante Ramón.
-¿Qué hacemos, muchachos? Esto es algo terrible… Además, siento como si ya lo hubiera vivido… como un deja vú -mencionó Ferchum.
-Y sí, es el comienzo de El Eternauta… -le dijo Ramón.
-Con razón me sonaba tanto… Encima Bacacay no me mandó ningún mensaje… A esta altura ya me tendría que haber mandado uno diciéndome algo al respecto… -balbuceó Ferchum- No sé… aunque sea que le gusta ver nevar mientras cocina ñoquis o algo así.
-En una de esas en Belgrano no está cayendo esta nevada radioactiva… no sabemos cuántos kilómetros afectados hay… -comentó Ramón sin dejar de mirar a través del vidrio.
De repente, el ruso pegó un grito que sobresaltó a todos.
-¡MIREN!
Caminando por entre los autos y la gente que yacía muerta en la vereda, andaba un hombre con traje de goma que le cubría todo el cuerpo, y con una suerte de antiparras en los ojos y un filtro a la altura de la boca, a través del cual podía respirar. Cargaba un rifle al hombro y miraba todo lo que lo rodeaba.
-¡Ese tipo copió la vestimenta del eternauta para que la nevada mortal no lo linche! ¡Como no se nos ocurrió! –exclamó Discepolín. Y acto seguido, agregó:- Ruso, ¿tenés un traje de goma?
-No.
-¿Impermeable?
-No…
-¿Cortina de la ducha?
-No…
-¿Piloto? ¿Botas? ¿Antiparras?
-No, no… ah, antiparras sí -dijo el ruso mientras mostraba unas de nadador olímpico. Después tengo un par de bolsas de Supermercado Día, son bastante gruesas, pero no sé si tengo suficientes como para hacer un traje.
-Hmm… no creo que sirva demasiado todo eso… -opinó Ramón nervioso.
En eso, el hombre que caminaba por la calle se topó con una mujer que acababa de salir del edificio, vaya uno a saber por qué motivo, quedando cara a cara con el individuo disfrazado.
-¡Ernest, mirá! ¿Esa no es la loca que viene siempre a manguearte comida?
-¡Sí!
-¿Por qué no la mata la nevada mortal? –preguntó Discepolín sorprendido.
-¿No te dije que esa mina es de hierro? No hay con qué darle… -murmuró Ernesto.
A lo lejos se oyó que una voz alterada por un megáfono gritó: “Corten”. Y acto seguido, una mujer con un séquito de individuos con handys y audífonos se acercaron a la loca, que se había abalanzado contra el hombre disfrazado y lo aporreaba con su cartera, y la separaron.
Inmediatamente descubrieron las cámaras de filmación y, arriba de los techos, tipos con ventiladores que arrojaban partículas que hacían parecer que caía en la cuadra una nevada fosforescente. Ferchum recordó haber leído en alguna revista de cine que filmarían El Eternauta y todo adquirió sentido y lógica.
A la loca la debieron internar después del susto que se pegara en aquella ocasión, y los muchachos nunca terminaron de jugar esa memorable partida de truco en el bulo de Ernesto.