Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

miércoles, 19 de agosto de 2009

Otra vez no

Nos olvidamos de su último cumpleaños. Y esta vez, de todos modos, nos acordamos bastante tarde. Pero no lo vamos a dejar pasar.
El Viernes 7 de Agosto concluyó un período. Por lo menos, para un miembro central del grupo.
Fueron años de estudio (o guitarreo, pero convincente). Y de cansador trabajo. Vivo ejemplar del fructífero curro que fueron las pasantías para los estudios jurídicos. Pero se la bancó. Sin perder el humor, la sonrisa, la amistad, la iniciativa y su amor por el cine.
Aprovechó cada verano, varios inviernos y findes largos para viajar por el país y otras naciones hermanas, acumulando recuerdos y anécdotas de todo tipo. No satisfecho con guardar eso sólo para él, compartió sus historias con todo aquel que quisiera visitar su blog. Y fue más allá: nos ofreció a todos este medio. Para reflejarnos, y comunicarnos de otro modo. Participó en memorables payadas en el blog de Discepolín. Y nos sigue deleitando con los capítulos de “Baños Públicos”.
Pero no sólo eso. Cualquiera que lo conozca sabe de su pasión por el cine, y su amor por el vino. Sus pilas para salir con amigos. Y su paciencia para llegar, por fin, a ese viernes 7 de Agosto. Cuando Fer cerró un período: se recibió de abogado.
En vez de describir el festejo del recibimiento con palabras, una foto lo dirá todo:




martes, 2 de junio de 2009

Mala memoria

En los albores del nuevo día, viajando con el cerebro entumecido por el sueño en un colectivo excesivamente recargado de personas, un haz de luz de conciencia se filtró en mi alma y con un tono melodramático me dijo: “Te olvidaste otra vez, gil. Ayer fue 1º de junio, cumpleaños de los melli y día de arribo de Monsieur Birman”. Inmediatamente, del suceso comencé a deshilachar hipótesis como: “No soy bueno para recordar cumpleaños” “Mi memoria falla cuando hay cambios horarios de por medio”, “Los primeros de junio son días olvidadizos”, “Soy un mal amigo”, “Soy un buen amigo con mala memoria”, “Soy un mal amigo con mala memoria”, “La gorda que me clava el codo en el pulmón izquierdo produce los efectos del Memorex Vital”... y así hasta bajar en la calle Perú y oír las campanadas de las ocho de la mañana del día que no era, del día después.
Ahora, véase lo siguiente, se entiende que es casi una tautología decir que uno se dará cuenta que se olvidó con posterioridad al suceso a recordar. Sin embargo, tengo sobradas sospechas que en mí no funcionaría el sistema del mismo modo. De hecho, mi olvido trasciende tiempos de cualquier tipo, y desafía mis propias capacidades, haciéndome recordar los días anteriores lo que luego durante el día en cuestión olvidaré.Cosa rara mi memoria, y más raro tal vez mis rebusques para justificar mis olvidos. Afortunadamente, se sospecha que el olvido muere cuando hay recuerdo, y hoy, a un día de distancia (y no como en otros casos en los que todavía no sé cómo disculparme) recuerdo los dos cumpleaños y el célebre regreso luego de meses de ausencia. Por lo que, pidiendo disculpas en todos los casos, deseo un muy feliz cumpleaños a Ramón y a Javi y un buen acostumbramiento a esta aplastante pero linda ciudad para Eze.

sábado, 9 de mayo de 2009

Una poesía en altamar

En una época, no hace mucho tiempo atrás, se solían dar unas verseadas lindas e interesantes, que eran escritas sobre todo por los muchachos del grupo en lo que solía ser el blog de Discepolín. Las muchachas, si bien por su parte, no muchas veces (si es que alguna), se animaron a arriesgar algunos versos, solían leerlas a hurtadillas y casi con delicadeza soltaban fragmentos en alguna opinión o alguna juntada, saltando inmediatamente al descubierto la evidente lectura.
La idea, aunque nunca planificada, era la de poetizar los blogs y dejar que a través de rimas y arrimas, estrofas cuartetas, sextinas, o sin una forma en particular, se vislumbrara, por solo un instante, el fluir a través de la conciencia del alma, la cual, tapándose con un velo insinuante, mostrara apenas pequeñas partes de su integridad.
Fue así como a través de versos, los cuales muchas veces contaran situaciones, o propusieran desafíos, o describieran actantes, o mencionaran situaciones emocionales indelebles, o hasta pretendieran la sonrisa del lector, se escondían estos pequeños vestigios de alma, de identidad, de secretos y misterios. Porque ocurre que en el poema ya no habla la razón, sino los sentimientos o las imágenes que nuestros ojos ven y que nuestra boca nunca se anima a contar y esconde en la oscuridad del azul profundo de nuestro abismo emocional.
Tal vez por eso, el quid de la cuestión sea que los versos que uno escribe no sean mas que el artistico intento de traición de nuestra inconsciencia, y por esa razón valgan tanto y sean tan bellos.

Como recuerdo de aquellos poemas, de aquellas payadas, contrapuntos y demases, Teseo me escribió un mail en el que manifestó que en un barco volviendo de Corcega sintió la necesidad de sacar a pasear a su alma a travès de los versos, desafiándonos a jugar al juego en el que las almas sutilmente se desnudan.

Aquí he de empezar de vuelta
desde el mar mediterráneo
el verseado abandonado
en un blog eliminado.

Tiempo ha ya que no payamos
la costumbre se ha dejado
pero con esto que escribo
claro es que no se ha perdido.

Viajo hacia el continente
hacia la ciudad de Niza
y mañana tomo el tren
a la tierra de la pizza.

País parecido al nuestro
(en La Boca, genoveses),
"como no estar en Europa",
dicen algunos franceses

Hacia nuevo rumbo voy
mañana hacia allí me encamino
intentando, como siempre,
trazar mi propio camino

Mas un fuego me ilumina
cada momento del viaje:
es que ya tengo el pasaje
para volver a Argentina.

por Eze Teseo Birman,
desde una computadora israelí,
en un barco que flota sobre el Mediterráneo
y se aleja de Córcega.
Mayo de 2009

viernes, 1 de mayo de 2009

Un saludo a distancia

Hoy cumple años un gran promotor del grupo, fanático lector de blogs y comentarista asiduo. Sí, sí, hablamos de ese hombre de ancha memoria, que se aprecia en la reproducción que efectúa de cada chiste de Les Luthiers o de versos que en ocasiones (la mayoría de las veces) el que los escribió no recuerda, ese filósofo y a la vez, tackleador indiscutido en partidos de fútbol que gentilmente organiza. No, no te confundís, es el estudiante de derecho y filosofía, buscador de buenos precios, rugbier adicto a las sabrosas tortas de la madre, ese mismo que se comía todo cuando llegaba inclusive tu comida si no habías llegado, o que preguntaba mirando con insistencia hacia tu plato: "¿eso te lo vas a comer?".
¿Cómo? ¿Vos no sabés de quién hablo? Aquel ya lo advirtió y vos todavía te preguntás quién es. Te ayudo un poco más. Carga con un mito a cuestas, sí, así de grande! Además, te puedo decir que siendo preceptor casi enloquece. También se aprecia un breve lapso de aprendizaje teatral, que por decisiones que sinceramente no recuerdo, fue velozmente abandonado. Sin perjuicio de lo cual, no dejó de asistir a obras teatrales, las cuales frecuentó muy asiduamente, al igual que la opera. Se destaca su pasión por la música clásica, además de Turf, por supuesto.
Si, ya no caben dudas, ¿no? Francia lo mandó a llamar para que enseñara idioma español y no fue más que una excusa barata para que siguiera morfando y dándole al chupi como buen europeo que no es. De hecho, todavia sigue girando por el viejo continente, y hoy le toca cumplir años vaya uno a saber en que rincon del mundo... Es realmente paradojico, pero mirá cómo serán las cosas que estando ausente y a kilómetros y kilómetros de distancia, Eze "Teseo" Birman, siempre está presente.
Por ello, FELIZ CUMPLEAÑOS, EZE!


domingo, 19 de abril de 2009

La crónica del buen beber

A continuación, Teseo, desde Francia, nos vuelve a dejar en claro que no labura un corno y la está pasando de lujo en el viejo continente.

por "Teseo" Birman

Todos saben perfectamente que yo soy bastante glotón. En cada cena, asado o reunión en la que haya comida lo constatan.

Saben, también, que en mi voluntad de conocer Francia incluí con primacía su gastronomía. Francia es famosa por sus quesos (los ingleses dicen que Francia es el país de los quesos que apestan).

Pero, tanto como por sus quesos, Francia es reconocida por sus vinos. Y si bien yo no soy un gran bebedor, cada tanto tomo alcohol, y muy de vez en cuando tengo, con él, alguna experiencia digna de ser contada. Aquí van dos.

Durante las vacaciones de Navidad, a finales del año pasado, fui a la ciudad de Blois, para conocer los castillos que se encuentran a orillas de la Loire.

Fui recibido en casa de los padres de Claire, una vecina de Jonzac. Julien, su novio, me había advertido que con la madre de Claire no pararía de comer, y con el padre, de tomar vino.

Aproveché la advertencia para llevar, como presente, una botella de vino blanco de Alsacia, muy reconocido en Francia. Pero lo que no pude fue intuir hasta qué punto iba a experimentar en carne propia la advertencia de Julien.

El padre de Claire (Alain) es un conocedor de vinos. Hizo varios cursos de enología, y sabe en serio. La noche de mi llegada, hicimos un aperitivo en el que hubo champán (o algo así, un vino con burbujas –pero diferente de lo que en Argentina conocemos como «vino espumante»). En la cena desfilaron algunas botellas, no porque tomáramos mucho, sino porque Alain tenía varias abiertas a la vez, acompañando con cada una un momento distinto de la comida.

Creo que el sábado, al día siguiente de mi llegada, durante la cena (la segunda) Alain me preguntó si quería probar no sé qué vino. Yo me puse un poco incómodo, no porque temiera ganar una reputación de borracho, sino porque no quería abusar de la hospitalidad que me dispensaban. Dicho esto, Claire me respondió, con una sonrisa pícara: decile que sí, así aprovecha y toma él también.

El aperitivo con vino con burbujas se repitió en las cinco cenas que hice allí (puedo agregar que las cinco veces, sin importar el número de bebedores, tomamos una botella entera). Pero lo mejor fue el lunes, cuando conocí los castillos de Chambord y Cheverny.

Ambos se encuentran muy aislados, y sólo se puede llegar en auto. Alain se ofreció a llevarme. Así, durante la mañana recorrimos Chambord, el más famoso de los castillos de la región.

Al mediodía fuimos a almorzar. En un restorán italiano, pedimos pastas, y como no podía ser de otra manera, una botella de vino. 750 ml a tomar entre los dos, al mediodía. Sin que quedara una gota.

El castillo de Cheverny lo recorrí en un relativo estado de somnolencia, que de todos modos no me impidió apreciarlo. Lo que sí me impidió fue mantenerme despierto una vez vuelto a la casa, de modo que apenas pisé la habitación que ocupaba me tiré a dormir una siesta, de hora y media.

Llegada la hora de la cena, se hizo el respectivo aperitivo con el respectivo vino con burbujas y la respectiva comida con su vino apropiado.

Creo que lo mismo se repitió el martes, último día que cené en Blois.

Lo mejor es que eso fue sólo el preludio del pedo que me agarré, junto a muchos otros asistentes de español, el miércoles 31, para ir a esperar el nuevo año, cagado de frío pero enormemente alegre, cantando y gritando cosas como «les assistants, les assistants», a la Torre Eiffel.

Por lo menos en España, los vascos tienen fama de chupar bastante. En Francia, todos reconocen al País Vasco francés como uno de los lugares más alegres, divertidos, y donde la noche es más entretenida.

Valérie, una profesora del liceo, nació en Bayonne, una de las principales ciudades del Pays Basque (lo escribo en francés para distinguirlo del País Vasco español). Amén de estar enormemente orgullosa de su región, es una mujer super alegre, solidaria y simpática. Y desde ya que testaruda, como buena vasca.

Con mis viejos estuvimos en la casa de su madre, en Bayonne (y sí, mi afán de currar alojamiento contagió a mis viejos). Y algunas semanas después, Valérie me dijo que quería que yo fuera de vuelta, que teníamos que encontrar una fecha para que yo fuera otra vez.

Definimos un fin de semana, y un viernes a eso de las 22.30 hs bajaba del tren. Fui super bien recibido, y, charlando, supe que el sábado jugaban al rugby el Biarritz contra el Bayonne, y que iríamos a verlo a un bar de la ciudad.

Ese sábado al mediodía almorzamos con vino, lo cual me provocó un tremendo estado de sueño que derivó en una reconfortante siesta (de hecho, Valérie tuvo que despertarme para que nos fuéramos).

Sin cenar, fuimos a un bar céntrico. Hicimos una vaquita (pero en euros), y empezaron a desfilar los vasos.

Yo pedí cerveza negra, esperando que fuera Guiness, parecida a la Quilmes Stout. Pero resultó ser una cerveza negra amarga.

Terminado mi vaso, y sin que me dieran tiempo de pedir, me llegó otra cerveza, igual a la anterior, que no pude rechazar.

Cuando devolví el vaso vacío, pedí que el próximo contuviera cerveza rubia. Sin demora, mi pedido se materializó.

Creo que cuando el partido terminó ya había tomado cinco cervezas.

Como el Bayonne había perdido, nos fuimos a ahogar penas a otro bar. Esa vez, fue un vaso de vino.

Ya medio cansados, volvimos sobre nuestros pasos a buscar a la gente que había quedado en el primer bar, y milagrosamente me llegó otro vaso de cerveza.

Nos volvimos caminando al departamento, con Valérie y su marido. Yo no sé si hablaba francés o si simplemente gruñía, pero seguro que lo hacía a los gritos. Nos sentamos a comer pan con queso, y con una enorme pesadez y un sonoro aturdimiento me fui a dormir.

El trabajo de asistente es un robo. Por eso, la mejor prueba de que acá trabajo como docente es haberme puesto en pedo con una colega.

miércoles, 1 de abril de 2009

El número solicitado no pertenece a un abonado en servicio

Hoy es un día triste. No se debe a cuestiones amorosas, crisis existenciales ni soledades vacuas, tampoco se debe a peleas de amistades, ni siquiera se vincula con la muerte de Alfonsín (me caen bien los defensores de la democracia y todo, pero no creo que amerita que le dedique una nota). Mi tristeza es de las que dejan marcas en la piel de la memoria y que, con el paso del tiempo, la huella queda.
En mi caso, la tristeza deviene de la culminación inesperada, tal como la muerte misma, de un proceso de creación grupal, intelectual y político. Se trata del desvanecimiento de un blog de interés, de una página firmemente instalada en mis favoritos, el blog de Don Discepolín, que en un abrir y cerrar de ojos fue deleteada de la existencia de la vida, suprimida en un grito de silencio sin ecos. No era erróneo el suponer que hoy los mundos pueden ser destruidos apretando solo un botón. Hoy ese botón fue apretado y un mundo murió. Era pequeño, de palabras, con algunas imágenes, pero siempre pocas, con comentarios, con clamores y risas, con sorna y respeto, con ficciones y realidades, cargado de verdades/mentiras (el término “verdad” en general da para la discusión) y acusasiones.
Está claro que no nos hacen más hombres el repetir verdades o mentiras, sino el criticar, el cuestionar constantemente, el luchar contra las zonceras en general. Y ese blog era eso, una crítica, una voz tras un estrado gritando en nombre del pueblo, pidiendo igualdad de condiciones, exigiendo castigo y rogando por memoria eterna para evitar cometer los errores que ya cometimos, un blog que ya desde su nombre daba cuenta de su esencia crítica con el emblemático interrogante: “¿A mí me la vas a contar?”.

Se desconocen los motivos de la decisión adoptada por el autor, pero es seguro que deben existir fundamentos que avalen la medida. También se desconoce si fue eliminado en un ciento por ciento de internet y del tiempo, quedando solo un fugaz resplandor en la memoria de los que tuvieron la suerte de visitarlo, o si por el contrario, se salvaron los textos y muchos de los ricos comentarios, poemas y contrapuntos que se escribieron a lo largo de su existencia. Pero los blogs son de quienes los escriben y administran, y la discrecionalidad del artista hace que las decisiones que tome no deban fundarse salvo que él lo desee.

Es una linda experiencia la de tener un blog. A veces, generador de angustia ante la falta de ideas, o la imposibilidad de publicación por el silenciamiento del alma, ese objetivo secreto al que apuntan los medios comunicacionales en general, con su avasallamiento visual, auditivo y psicológico. Además que ser creativo, ser original, no siempre es fácil, y existiendo tanto para leer y ver y escuchar, nos autorreprimimos, absteniéndonos de hablar acerca de cosas ya habladas, cosas ya dichas, y no nos damos cuenta que a veces es lindo oír lo que ya sabemos con acentos personales, con esas voces que los ojos advierten en las líneas de un texto, como la voz irónica y sarcástica de Discepolín, o las voces poéticas que en reiteradas ocasiones aparecieron en sus publicaciones cuando no en los comentarios. Tiene sus complicaciones, y sus traumas psicológicos, pero la sensación que genera el ver que hay comentarios nuevos, que la gente mencione el haber leído lo que uno escribió, las mismas críticas o halagos volcados, el encontrar gente que dice: “Siempre pensé lo mismo” o un “Me dejaste pensando...”. Ese es el momento de mayor satisfacción del autor, quien luego de una lucha exhaustiva para consigo mismo, para enfrentar y vencer a la vagancia, pasa por el rudo proceso de escritura que tantos dolores de cabeza provoca, y finalmente alcanza su primer satisfacción al ver que ya está escrito y que está bien, que su idea logró plasmarla en palabras, en letras. El resto es plus, es la satisfacción potenciada, y colma de alegría. El feedback del receptor llega al emisor. Hay alguien del otro lado. No estoy solo en una sociedad cada vez más individualista. Todavía alguien escucha.
Hoy mas que nunca es importante que gente como Discepolín siga hablando y si no ha hablado aún que se anime a hablar, porque actualmente se necesita escuchar gente inteligente, ya que hay mucho zonzo dando vuelta, diciendo pavadas, y una pavada muchas veces repetida tiene el peligro de adoptarse como verdad. Nada más peligroso. Por eso, es el mayor deseo de quien escribe que aparezcan nuevos blogs, que la gente hable, que diga lo que tiene para decir, que opaque con su voz el griterío infernal y sin sentido que nos invade por doquier, y que la ausencia de Discepolín no sea un adiós, sino un hasta luego.

domingo, 29 de marzo de 2009

Novedades de Teseo

Hola! Les escribo desde Bruselas. Llegué hoy a la tarde, desde lille. Lille estuvo muy lindo, mucho movimiento y mucha gente, aunque el tiempo fue una mierda, como siempre en el norte de francia.
La mujer que me recibio aca es muy simpàtica, charlamos un rato cuando llegué, después me dio las llaves de la casa y me fui a pasear. Bruselas es hermoso, hay muhas cosas para ver pero como es chico se puede hacer caminando y sin necesitar mucho tiempo. La plaza central, donde està la alcaldia, la casa del rey, la casa de no sé qué duque y la casa de los cerveceros, es preciosa. Y hoy fue un ia lindisimo, con sol y todo, y solo empezo a hacer frio a la nochecita.
Acà n europa también cambiaron la hora, la adelantaron una, asi que hay de vuelta 5 horas de diferencia con argentina, pero sobre todo, anochece a eso de las 8 y media. Es hermoso.
Otra de las cosas buenas de bruselas es que en el centro, huele todo el tiempo a waffles, chocolate, crema, etc. Increible. Y todo el mundo en la calle està con un helado, un waffle con nutella, un cono de papas fritas (m habian dicho que son una especialidad de bélgica). Otra cosa bien belga es la cerveza, asi que aproveché y en la plaza central me senté en un bar y tomé una cerveza con sabor a frambuesa, que se llamaba "muerte sùbita", pero no era nada fuerte.
Y maniana a la maniana voy a ver el barrio europeo, donde estàn las instituciones de la union europea, y después me voy a brujas. Y el martes a eso de las 11 me tomo el tren a lille para tomar el tren a bordeaux y para tomar el tren a jonzac, a donde llegaré a eso de las 8.
Ah! El barrio de bruselas en el que estoy es una suerte de once, solo que màs espacioso, con menos colectivos y con tranvia, y con mucho movimiento incluso el domingo. Y con algo màs: los judios y los coreanos son reemplazados por àrabes. No en el centro, pero acà, se escucha màs el àrabe que el francés.
Asi que muy contento, como siempre, y cayendo en la cuenta de que me quedan tres semanas màs de trabajo y después casi un mes y medio de viaje. Ya tengo todos los pasajes, como les conté, y esta semana voy a cambiar la fecha del avion. Les aviso cuando sepa qué dia llego.
Y cuando pueda les mando fotos.
Besos!!!

martes, 10 de marzo de 2009

Esto lo tengo que contar.

Realmente tenía pensadas otras anécdotas para escribir primero, pero la necesidad supera la cronología (como la realidad superó, esta vez, a la imaginación).

Quizá alguno haya oído hablar de la ciudad de Brest. Si no me equivoco, en nuestro Sur se encuentra Puerto Brest. En este caso, se trata de una ciudad de 200000 habitantes, al noroeste de Francia, sobre el mar, completamente destruida en la Segunda Guerra. Muy fea, me habían dicho.

Por esa razón, decidimos dormir allí dos noches, pero para visitar una zona cercana, cuyo nombre, traducido literalmente, es « casi-isla de Crozon ».

El problema era circular por allí, dado que se trata de un lugar bastante salvaje, donde se sitúan pueblos pequeños, adonde el tren no llega y el servicio de colectivos es muy deficiente. Por lo tanto, optamos por alquilar un auto.

Lo mismo habíamos hecho unos meses antes, a fines de Diciembre, para recorrer Alsacia, al este de Francia. Esa vez, la locación planteó ciertos inconvenientes. Lo peor no fueron las dos multas que nos hicieron por exceso de velocidad. Lo peor fue llegar a la agencia, dispuesto a abonar la cifra que me habían informado por teléfono, y encontrarme con que debía pagar un adicional enorme, por ser menor de 25 años.

De modo que, en esta segunda ocasión, amén de ir a otra compañía, controlé todo escrupulosamente, para asegurarme que ningún número cambiara a último momento.

En efecto, los números se mantuvieron. Felizmente, dentro de su relativa modestia, dado que esta vez, siendo cuatro, alquilamos un Citroën C1 (en Alsacia éramos siete y sacamos una C4 Grand Picasso).

Pero no faltó la sorpresa.

Al llegar al mostrador, el empleado buscó la reserva en la computadora. Esta vez, yo había pagado por internet, por lo tanto, había debido ingresar mis datos por ese medio. Ergo, el hombre no me pidió mi pasaporte, ni mi permiso de residencia. Ni justificativo de domicilio. Lo más increíble es que ni siquiera corroboró que yo tuviera permiso de conductor.

Pero lo mejor estaba por venir.

Cuando terminó el trámite electrónico y « verificó » que todo anduviera bien, me anunció que tenía un regalo para hacernos. Y qué regalo. Al Citroën C1 debían traerlo de otra ciudad, y durante el trayecto, en la ruta, se le había pinchado una goma. Por lo tanto, en su reemplazo, nos darían, ni más ni menos, un BMW. Lo que leyeron. Un BMW último modelo, Serie 3, con 4000 kms.

A pesar de lo mucho que yo amo los autos, mi primera reacción fue de nervios. Que duraron el lapso de subir al coche, encender el motor con un botón y corroborar que la sabiduría popular no se equivoca al afirmar que esos autos se manejan solos.

Esos nervios se transformaron rápidamente en un gran placer, que alcanzó el éxtasis cuando, en la autopista, puse la 6ta marcha.

Si bien lo siguiente no se aplica exactamente a esta anécdota, en este viaje estoy aprendiendo esto: hay cosas que el dinero no puede comprar. Para todo lo demás, siempre se puede garronear.

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viernes, 27 de febrero de 2009

La felicidad a cambio de un ambo

Era el día anterior. Había manifestado mi imposibilidad de asistir, pero algo en mí me decía que debía ir. ¡Cómo perdérmelo! No podía permitírmelo. Pero, cómo solucionar ese inconveniente, ese complicado problema del horario laboral... Necesitaba escaparme una hora por lo menos del trabajo, y no había pretexto válido. Podía pedir un favor, lo que se dice un permiso "de onda", pero más que eso, no. ¿O sí?
La decisión la tomé el día anterior, tirado en la cama mientras con una concentración envidiable miraba el techo. "¿Y si madrugo?", oí que mi voz interior proponía. Mi cuerpo rebatía al instante, "ni lo pienses!", y yo ahí, que sí, que no... Porque podía salir bien, pero y si salía mal? Si madrugaba y después me saltaban con que no porque tal cosa o porque tal otra, habría perdido una hora de mi sueño como un gran boludo... Tal vez no era la solución más propicia, pero existía acaso alguna otra solución.
Me decidí a madrugar.
A las seis sonó el despertador. No llegué a entender la canción que sonaba en la radio, me encerré en el baño directamente para ducharme y despejarme un poco. Hubiese querido cantarme algo al son de las gotas y el vapor, pero era muy de madrugada, y todo el edificio me odiaría. Trabajé toda una hora y media sin parar. Estaba hecho una máquina, una fiera, un tubular killer de burocracias, y todo con un propósito: que no tuvieran excusas para impedírmelo. Se hizo el momento, sentí que era el momento, y no dudé en encarar a mi jefa con el afecto y respeto que siempre le dedico y manifestarle, ya no solicitarle, sino expresar una simple declaración de una decisión ya tomada, que saldría por una hora, esa hora que había ganado entrando una hora más temprano que el resto de la oficina, y que tenía el trabajo al día. No faltó más. "Andá, no hay problemas", me dijo y, viendo que ya faltaban cinco minutos para las nueve, me largué a las apuradas, cazando casi con los dientes una factura al azar del montón, corriendo escaleras abajo, bajando a las corridas al subte línea D que me transportara a Medicina, con la cámara de fotos en el bolsillo, lista para disparar. ¿Estaría llegando bien? No era tan tarde... seguro que Nati todavía estaba en su casa, pensé. Además, ¿a qué hora empezaba el examen? ¿A las ocho y media? ¿O era a las siete y media? El horario era fundamental. El horario y las ganas de estar entre los primeros para rendir. Pero sí, si se trata del profe, qué miedo ni que ocho cuartos... no me van a decir ahora que al Ernest en su último examen le va a agarrar pánico escénico... No, eso no se lo cree nadie...
En la plaza, en círculo, con bolsas y expectativas, algunas caras conocidas me indican que todo está preparado para el festejo. Agus, Vani, Ari, Bren, Tatu. Toda una pequeña comitiva del grupo. En la vereda de enfrente, reconozco otras caras conocidas.
Tatu hizo mención de los avances obtenidos con los aprendizajes de los recibimientos anteriores. "Estoy mejorando la técnica, esta vez traje un engrudo". Mencionó los ingredientes y enseguidita deseamos no estar en el lugar del ruso. Estábamos hablando de todo esto cuando oigo que alguien dice: "Ahí viene". Al voltear lo veo venir, con su ambo blanco Ala, y con una sonrisa de oreja a oreja. Camina rápido, seguido por la madre y amigos. Cruzamos para saludarlo y felicitarlo. No habíamos terminado de saludarlo y ya estaba en la plaza, listo, dispuesto a ser enchastrado. En su cara se notaba que estaba listo para recibir lo que fuera, que ya no le importaba nada, y así fue que cada huevo, cada barro, cada mancha obtenida era un milímetro más de sonrisa en su rostro, un: "Vamos, mierda, ¿esto es todo el arsenal que tienen?".
-Tirale el engrudo -le dije a Tatu, quien miraba con cierto temor a la bolsa en la que lo traía, como si adentro tuviera un mandril asesino.
-No, mejor no...

-¿Tienen algo para tirarle? -preguntó un muchacho con un ambo azul que, al parecer, tenía bastante práctica en destrucción de recibidos.

-Sí, pero no se anima -dije acusando con mi índice a Tatu y luego señalando la bolsa.

-¿Qué hay ahí dentro?
-Un engrudo -respondió Tatu.

-Damelo.

Desprendió la tapa del envase térmico de telgopor que lo contenía y de inmediato arremetió contra Ernesto, tal vez no con el resultado más deseado, es decir, el más asqueroso. Cuando ya no quedaba nada para tirar, llegó Nati, apurando el paso porque se acababa de dar cuenta que llegaba tarde. Inmediatamente nos saludó, mientras Ernest se cruzaba de brazos y miraba la hora para ver cuanto tardaría en caerle algo más encima, y entonces vino un poco más de polenta y unos huevos para la decoración final. Un par de recortes en el ambo, un corazón en el pecho, cosa de mostrar su veta romántica. Y fotos por aquí, y fotos por allá.
El ruso, luego de una carrera meteórica, se recibió de médico y el grupo adquiere un nuevo profesional, otro peón más que después de cruzar el tablero se convirtió en reina (sin ánimos de tomar la expresión de manera literal). Por ello, felicitaciones al Dr. Ernest por el gran logro conseguido!


El ruso Salzman sonríe feliz mientras luce un sombrero de cáscara de huevo, el corazón marcado en el pecho, y un collage de colores y texturas sobre su ambo tajeado.

domingo, 15 de febrero de 2009

Rompiendo moldes

por "Teseo" Birman


Además del elemento lingüístico, este viaje tiene un componente que podríamos llamar emocional. Claramente, todo momento, cada segundo de la vida tiene su aspecto psíquico. Pero las vivencias grosas acentúan ese vértice y se observan mejor desde él. Estamos de acuerdo en que aventuras como la presente dejan una marca en quien las vive, más o menos profunda, pero indudablemente la dejan.

Yo no me considero tímido, ni siquiera inseguro. Al menos no lo soy en mis experiencias cotidianas. Creo que mis excesivas preguntas o rodeos antes de tomar ciertas decisiones se deben a un exceso de escrúpulos. No a timidez o inseguridad, sino a escrupulosidad. Y en varios momentos me pregunté si, quizás, este viaje me podría ayudar a modificar esa faceta.

En lugar de responder con un «sí», «no» o «más o menos», voy a contar algunas anécdotas para que cada uno saque sus conclusiones.


Anécdota Nº 1

En determinado momento, me llegó una citación para una visita médica. Absolutamente normal. Yo sabía que para obtener mi permiso de residencia tenía que pasar por ello. La consulta era en la ciudad de La Rochelle, la capital del departamento al que pertenezco, a 120 km. de Jonzac.

Semanas atrás, en Poitiers, capital de mi provincia, había conocido a los asistentes de español que trabajan en ella, y con varios habíamos intercambiado las direcciones de mail. Al lado del nombre y el correo de los asistentes, coloqué su nacionalidad y la ciudad donde trabajan.

Pues bien, al ser citado en La Rochelle, decidí escribir a la única asistente de allí cuyo correo había registrado (lo normal es que en cualquier ciudad haya varios asistentes, y de por lo menos tres idiomas, y no dos, uno de español y otro de inglés, como aquí): una chica mexicana llamada Margarita.

Tenía un remoto recuerdo de dos chicas mexicanas con las que había hablado en Poitiers el 2 de Octubre, pero lo concreto es que no tenía idea de quién era Margarita. De todos modos, le mandé un correo, y resultó que también ella había sido citada el 23 de Octubre, de modo que nos encontraríamos en el consultorio del médico.

Pues bien, muerto de sueño y de frío, estaba en la sala de espera; naturalmente, el médico estaba atrasado y yo seguía esperando sumamente embolado. Había, también, una asistente inglesa, un yanqui, y una rusa (que obviamente se llamaba Tatiana). Entró la inglesa al consultorio, el yanqui hablaba con otro paciente, francés, sobre la inminente elección en yanquilandia (hablaban en francés, de modo que yo entendía, y era muy gracioso ver cómo el francés defendía fervorosamente a Obama mientras el yanqui no sabía cómo ocultar que era republicano y disfrazarse de demócrata). La rusa, por su parte, se quejaba de haber buscado hoteles en varios lugares (las vacaciones empezaban al día siguiente), consiguiendo habitaciones dobles pero nadie que la acompañara.

En eso entraron dos chicas, que hablaban español. Nos pusimos a charlar, en especial con una de ellas. Me dijo que trabajaba y vivía en La Rochelle, en el mismo departamento que la otra asistente de español presente, y que la asistente rusa.

En determinado momento del diálogo, le pregunté:

-Y Margarita, también trabaja acá, ¿no?

-Sí, sí, yo soy Margarita.

Pasando olímpicamente por alto la incómoda situación en la que yo mismo me había colocado, dije alguna tontería para hacer avanzar el diálogo y poder llegar a donde quería.

Entre los muchos lugares cercanos que me habían sugerido visitar, La Rochelle era uno de los más destacados. Los alumnos me lo habían recomendado, y las imágenes que había visto eran muy atractivas. Sin embargo, como contrapartida, me habían advertido que era muy caro.

Si bien el precio de la noche en el albergue para jóvenes no era excesivo, nada mejor que lo que es gratis. De modo que, en cierto momento, me decidí y pregunté a Margarita (a quien, insisto, veía por segunda vez y sólo había reconocido diez minutos antes) si, en caso de visitar La Rochelle, podría dormir en el departamento donde ellas estaban. Me contestó que en principio no habría problema, pero que debería consultarlo con sus convivientes.

Así pues, llegó mi turno, fui revisado, me congelé mientras me hacían la radiografía de tórax, y comprobé por enésima vez, durante la prueba de vista, que no veo un carajo. Obtuve mi constancia de control médico, salí, saludé a Margarita, me llevé su promesa de un posible alojamiento, y me fui rajando a la estación (el intervalo entre entre los dos siguientes trenes a Jonzac era de cinco horas).

Días después, de vacaciones en París, mandé un mail a Margarita, preguntándole si había hablado con sus compañeras. La cuestión es que tardó un montón en responderme. Primero, me dijo que se había olvidado. Finalmente, me dijo que la asistente chilena no tenía drama, y que no haía hablado con la rusa y la escocesa pero suponía que tampoco tendrían problema.

Consecuencia: el sábado 8 de Octubre, con un día horrible, llegaba a La Rochelle. Paseé toda la tarde, y cuando oscureció, fui a una panadería, compré una hogaza de pan como «presente», y me puse a patear hacia la casa de mis anfitrionas.

Caminé mucho, junto a la costa; ya no llovía, y era hermoso ver la ciudad iluminada sobre el mar, sentir el pasto mojado y su olor. Naturalmente, me perdí, y no fue sino después de llamar tres veces a la asistente chilena (Margarita aún no tenía celular) y de que ella viniera a buscarme, que llegué a destino.

Nos sentamos a merendar, tomé un té, saqué el pan que había comprado como atención. Naturalmente, el 90% me lo comí yo (pero como contrapartida, a la noche salimos y yo invité con unas tapas muy abundantes y que, esta vez sí, comimos entre todos).

Esa no fue ni la primera, ni mucho menos la última vez que logré currar el alojamiento. El asunto es que, con el paso del tiempo, fueron sucediendo otras cosas más meritorias de ser contadas.


Anécdota Nº 2

Cuando fui citado a la segunda reunión en Poitiers, recordé que Silvia, una asistente española de Angoulême (a mitad de camino entre Jonzac y Poitiers), me había dicho, en la primera reunión, que ella vivía en una casa grande donde sobraba una habitación, y que podríamos ir cuando quisiéramos. De modo que, para evitar dormir nuevamente en el albergue para jóvenes de Poitiers (esta vez, en serio, no era sólo no pagar: les aseguro que cuando uno entra en ese albergue lo primero que reconoce es un profundo, ancestral olor a pata), le escribí a Silvia y dormí en Angoulême.

Podría contar cómo esa noche me fueron a buscar en auto a la estación, y de ahí fuimos a comer a lo de la asistente irlandesa. Es decir, cómo, de pronto estaba charlando y tomando vino como un viejo amigo en la casa de gente que no conocía. O cómo en casa de Silvia me dieron la habitación libre con una cama matrimonial mientras las otras cuatro asistentes que también habían ido a Angoulême dormían en el piso del comedor (a pesar de mi insistencia por dejarles la habitación, como buen caballero).

Pero creo que lo más destacable sucedió otro fin de semana.

Resulta que finalmente me hice amigo de Silvia, y me invitaron un sábado a la noche, porque los asistentes estadounidenses de Angoulême organizaban, en casa de Silvia y Jessica (la asistente inglesa con quien comparte la casa) la cena de acción de gracias. De modo que el sábado a la tarde me fui para allá, y cuando llegué, a eso de las 20, la casa ya parecía un boliche. De hecho, me abrió la puerta un desconocido, no sólo mío, sino también de Silvia y Jessica (ellas mismas me dijeron luego que sucesivamente permitieron entrar en la casa a gente cuya identidad desconocían absolutamente). Había alrededor de treinta personas, música fuerte y poca luz, y una mesa literalmente cubierta de comida. Y no poca gente ya bastante en pedo.

Me contaron que habían empezado a comer a las tres de la tarde (y, a la misma hora, a tomar alcohol) y que la joda continuaba. De modo que me dispuse a aprovechar las abundantes sobras, charlé y bailé un poco, hasta que en determinado momento, cerca de las 22 (en Francia la noche empieza y termina mucho más temprano que en Argentina), nos fuimos los treinta a un bar.

Caminamos en grupos, y cuando yo llegué ya había varios adentro. La gente con la que había ido fue entrando, y cuando me dispuse a hacer lo mismo, el patovica me lo impidió: «Con esa ropa no puede entrar», me dijo. Enormemente sorprendido, pero sin discutir, me di la vuelta y salí.

Francamente no tengo idea de qué prenda planteaba el problema (aunque supongo que fue la bombacha de campo), pero en todo caso no me pareció apropiado intentar una discusión inútil ni joder a mis compañeros. De todos modos, debía decirles lo que sucedía.

Resulta que tres de ellos (un asistente yanqui, la asistente irlandesa y su novio, francés) se re calentaron, fueron a discutir con el patovica, que se mostró inflexible, y terminaron decidiendo que si yo no podía entrar, entonces todos nos iríamos a otro lugar. Así, fueron a buscar a todos los que ya estaban dentro, y nos fuimos, los treinta (a la mayoría de los cuales yo no conocía), a otro lugar.

Todas las muchas otras veces que fui a Angoulême, seguí durmiendo en el cuarto con la cama matrimonial (al que ya llamo, cuando hablo con Silvia, «mi cuarto»), seguí disfrutando de la amabilidad y amistad de los varios asistentes de allí, pero, sobre todo, me puse, siempre, un simple jean celeste.

domingo, 8 de febrero de 2009

CRONICAS QUE VALEN UN PERU (El hospedaje en Cusco)

El hospedaje en Cusco


Tras una costosa bajada del micro, las piernas entumecidas por el adormecimiento sufrido a raíz de la poca distancia existente entre las butacas luego de un viaje que duró más de diez horas, pisé tierra firme e inmediatamente ingresé al edificio de la terminal para ponerme a resguardo del frío áspero de la mañana cusqueña.

Con Ernesto, ya rumbo hacia la ciudad capital del imperio del Tawantinsuyo, nos habíamos preocupado por tratar de resolver qué haríamos al llegar, dado que no habíamos hecho reserva de ningún hospedaje y el horario en que arribaríamos no sería de los más adecuados como para ponernos a buscar, con el peso de nuestras mochilas a nuestras espaldas. No habíamos alcanzado conclusión alguna, pero afortunadamente no fue necesario, dado que en la mismísima terminal, uno era invadido por un batallón de individuos que recomendaban hospedajes y explicaban los beneficios y precios de cada uno. Por lo que luego de una ligera investigación de mercado nos inclinamos por la propuesta de un tipo de treinta y pico de años, bajito y de rulos oscuros que se paseaba por la terminal con un bigote cortito y que prometía que podríamos dormir lo que quedaba de la madrugada sin pagar por ello una noche de más.

El hotel al que íbamos en taxi pintaba prometedor. El volante decía tener duchas con agua caliente y desayuno, además de comodidades como Internet o televisión con cable. Puede resultar ridículo para quienes leen que se mencione la televisión con cable como algo bueno para un viaje como el que estoy narrando. Quién sería capaz de festejar tener cable estando en Cusco, una ciudad reconocida a nivel mundial porque se encuentra cubierta de construcciones coloniales muchas de las cuales tienen un basamento incaico, una ciudad con historia, con imponentes construcciones, una ciudad que en cada esquina emana esencia de Inca. Yo. Es que una de las cosas que se me privó en toda mi vida fue el acceso a la televisión por cable. Acostumbrado de toda la vida a soportar los míseros cinco canales de aire (no cuento el canal América TV porque no tiene buena recepción y parece un canal codificado) con su miserable y patética programación que promueve a salir del encierro, cada vacación que pasé en hospedajes con cable fueron una bendición para mí. No implica esto que no conozca las ciudades que estoy visitando, sino simplemente que, además de ver la magnificencia de los sitios elegidos para conocer, me informo de la existencia de canales como Retro (antes Uniseries), Cinecanal, HBO, Sony, Universal, Animal Planet, etc., y me nutro de su programación, tan inaccesible durante el resto del año. Sin ánimos de ahondar mucho más sobre este punto, agrego que la fecha elegida para visitar Cusco se trataba ni más ni menos que la época de las lluvias, y si bien creímos por un momento que por “época de lluvia” se entendía que cada diez o quince días llovía, lo cierto fue que nos llovió casi la totalidad de las jornadas que pasamos en dicha ciudad. Por lo que tener televisión fue una maravillosa manera de evitar tardes torrenciales a la intemperie, y eso se notó en la variada filmografía observada: Tiempos Modernos, Los fantasmas de Goya, Hombres de Negro, entre algún que otro fragmento de otra película.

El taxi luego de dar un par de vueltas, lo cual no nos importó en lo más mínimo ya que tanto en Perú como en Bolivia no existe el miserable y detestable taxímetro y los precios se acuerdan de antemano, enfiló por una avenida ancha y vacía de doble mano en la que a lo lejos llegamos a divisar un edificio que tenía un cartel que rezaba: “Plaza de Armas”, y tras doblar hacia la izquierda aprovechando que ningún auto pasaba por el carril en contramano, nos metimos por una calle angosta de un solo carril llamada Q’era. Hizo dos cuadras y media y apagó el motor. Habíamos llegado. Mientras sacábamos nuestros equipajes del baúl, el taxista se dirigió a las puertas de madera de gran tamaño y golpeó las mismas con un tocador de bronce con forma de puño. Encima del portal se leía “Hotel Gran Machu Picchu”. La puerta se abrió mientras pagábamos al chofer la tarifa acordada e ingresamos. Tras hacer el check in nos dirigimos hacia la habitación apreciando la interesante casa colonial en la que nos encontrábamos. En el primer patio reposaba un rectángulo cubierto de flores y vegetación protegido por una reja negra de un metro de alto. Luego seguía un corredor techado que desembocaba en el patio trasero. A las habitaciones que daban a los patios se ingresaba a través de una puerta doble, baja, de madera trabada con un pasador-cerrojo antiguo de hierro. Y luego parqué en el suelo, paredes rosadas y techos altos, y un ruido de motor soberanamente hincha pelotas que a cada hora, hora y algo, arrancaba y trabajaba por unos quince minutos. Las camas, manteniendo la impronta colonial, tenían sus maderas trabajadas y si uno se revolcaba demasiado en las mismas podía sentir el crujir de las tablas por debajo del colchón. Enfrentado a las camas, quebrantando la estética virreinal y haciéndonos recordar nuestros orígenes, la presencia de nuestra época actual, un televisor negro de catorce pulgadas.

Por las mañanas el despertador sonaba alrededor de las diez de la mañana para avisarnos que ya era horario de desayuno, por lo que, sin importar la hora en que nos hubiésemos ido a acostar, dábamos un salto rezongón, salíamos al patio trasero, que era al que daba nuestra habitación, cruzábamos al primero adornado con sus plantas, árboles y flores, ascendíamos por una escalera lateral al primer piso y ahí, improvisado en un pasillo, nos sentábamos en unas mesas junto a unos ventanales que daban al patio. El desayuno consistía en un plato con unas cuantas fetas de jamón con el tamaño de una púa de guitarra, cubitos de queso de cabra, aceitunas negras (sí, parecía más una picada que un desayuno) y bolitas de manteca, y además a cada mesa le correspondía una panera, una azucarera y un platito con mermelada. Para beber uno podía escoger de entre tres termos: café, leche o agua caliente, y a su lado, en una canastilla de mimbre, se encontraban a disposición de los comensales los sobres de té puro, mate de manzanilla o mate de anís. Para los infantiles, como Ernesto y yo, no podía faltar el polvo de cacao para hacerse una chocolatada. Finalmente, una jarra de jugo de papaya espeso fingía ser jugo de naranja y solo unos pocos llenaban sus vasos con ello, los que desayunaban ahí por primera vez.

El 31 de diciembre, último día del año, nos había encontrado cansados luego de una excepcional noche del 30 en uno de los boliches de Cusco. De modo que decidimos ir a reservar el tour para ir al Machu Picchu y volvernos al hotel para dormir una siesta. La siesta se prolongó durante todo el horario del almuerzo y al despertar notamos que lo que los oscuros nubarrones vaticinaban ya era un hecho. No encontrando más fuerzas que encender a nuestro amigo televisor nos deleitamos viendo a Chaplin en sus andanzas de Tiempos Modernos y al terminar la película decidimos salir a ver cómo seguía lloviendo.

Si bien nos preocupaba un poco que estuviera tan feo encontrándonos tan cercanos al año nuevo, ya habíamos bajado los brazos de hacía rato. Personalmente sentía que no iba a ser el año nuevo que pensamos al elegir la ciudad. Hasta el momento no habíamos podido tener la posibilidad de conocer a nadie. El hecho de que durmiéramos en un hotel en lugar de un hostel impedía encuentros en lugares comunes, los patios generalmente estaban vacíos, la computadora en la recepción no ofrecía demasiadas chances de generar diálogo con quien la estuviese usando, y en el desayuno las mesas o estaban vacías o eran ocupadas por individuos de edad avanzada que hablaban idiomas desconocidos. Por otra parte, siempre que llovía no me gustaba salir al patio dado que el día anterior habíamos salido a caminar y una tormenta de lluvia y granizo encharcó mis únicas zapatillas. De modo que con las zapatillas todavía secándose en el interior de la habitación, salir a ver cómo llovía para que se me mojaran más, realmente no tenía sentido. Pero esa tarde el patio con su lluvia tenía una luz especial, una razón para salir a verlo, un sentimiento metafísico, esperanzador, que sin explicaciones me hizo calzar las ojotas de Ernesto y salir a verlo. La puerta de la habitación de la izquierda estaba abierta y al rato se asomó una muchacha con un cigarrillo y un encendedor en la mano. Encontrándonos ambos cubiertos por el mismo balcón y salpicados por la misma lluvia, comencé una conversación banal. Muy simpática, comentó que era española, que estaba con dos amigas, coincidió que la lluvia no era lo mejor que podía pasarle a Cusco para año nuevo y finalmente nos ofreció de sumarnos a cenar con ella y quince personas más. No dudamos en aceptar.

Nuestra noche de fin de año comenzaba a modificarse radicalmente.


Ernest ingresa a la habitación del hotel con la clásica botella de agua mineral que nos permitía evitar los efectos del agua cusqueña (muy similares a los efectos del Activia) y su gorrita de lana olvidada en algún hospedaje. De fondo, el compañero de los días de lluvia.

jueves, 5 de febrero de 2009

CRONICAS QUE VALEN UN PERU (Los primeros días)

Los primeros días

Cuando todos los planes armados para excursionar en Bolivia quedaron truncos, Ernesto, con su clásico retruque capaz de mandarte al mazo con un ancho de basto en la mano, no se amedrentó por la situación sino que la aprovechó para soñar más alto. Fue así que se jugó un falta envido con la propuesta de abandonar la idea de visitar Bolivia, y en lugar de ello, recorrer lo máximo posible la República del Perú. Cierto es que me hallé un tanto perdido en el cambio de destino, máxime teniendo en cuenta que no quedaba prácticamente tiempo suficiente que me permitiera averiguar respecto de ese nuevo país que surgía entre las palmarias posibilidades. Desde ya que repicaban en nuestras cabezas las clásicas: Machu Picchu, Cusco y Lima, pero más allá de eso, ¿qué otra cosa podría proporcionarnos el Perú además de esos recurrentes y tradicionales atractivos turísticos? Porque al fin de cuentas no teníamos pensado pasar un mes únicamente en esos tres lugares. Si íbamos a dedicarle un mes a conocer Machu Picchu, Cusco y Lima, la magia que pudieran tener esos lugares se desvanecerían como las virtudes de aquellos a los que con el tiempo vamos conociendo más en profundidad. En la búsqueda comenzaron a aparecer nombres de lugares y civilizaciones como la ciudad de Nazca y la recordada civilización que hacía dibujos en el suelo, únicamente contemplables desde una posición cenital de unos cuantos miles de metros de altura, es decir, sólo pueden apreciarse alquilando un aeroplano o símil que vuele. Pero ahí surgía ya la primera crítica a ese otro atractivo reconocido a escala mundial, a saber, la imposibilidad matemática financiera de juntar ese gasto con los gastos de Machu Picchu y con la idea básica que teníamos de viajar durante un mes entero.

De modo que, para que la idea de pasar el mes en Perú no fuera descartada era necesario al menos un plato fuerte más. Mirando el mapa no tardamos en darnos cuenta lo ciegos que habíamos sido, y entonces encontramos la solución: la costa del Pacífico.

Del Pacífico no sabíamos absolutamente nada. Desconocíamos si las aguas eran frías o cálidas, si las playas estaban pobladas como la Bristol o si eran reductos bacanales como las de Pinamar y Cariló, si eran de areniscas blancas o de canto rodado y vidrio, o si las olas eran suaves y tranquilas como el nombre del océano hace creer o por el contrario su nombre había sido puesto en honor a la ironía. A raíz de estas dudas, comenzamos a hacer averiguaciones a través de conocidos de Ernesto, quienes gentilmente se ofrecieron a ayudar, contándonos sus experiencias en tierra peruana. Fue así cómo nos enteramos de que las playas de más al norte son las que generalmente más se visitan, como Máncora, o Montañitas ya cruzando a Ecuador; que hacia el este hay selva y que luego de cuatro días de travesía en embarcación se alcanza Iquitos, lugar en el que nace el gigantesco río Amazonas. Nos enteramos que ahí se trafican animales de la selva como acá se compran caramelos y que los insectos más pequeños miden como la palma de la mano. De otras averiguaciones paralelas nos enteramos también de la existencia de ciudades limítrofes a Chile, como Tacna, en donde se podían conseguir cosas a precios realmente económicos al hacerse provecho de la carencia de agregados impositivos al producto. Es decir, nos dimos cuenta que un mes no iba a ser suficiente para recorrer todo el Perú, y eso fue suficiente para que nos decidiéramos por pasar allí nuestras vacaciones de enero.

Por cuestiones laborales el viaje se propuso en un principio para el 2 de enero, pero luego de negociaciones, lo pasamos al día 1, y finalmente, tras una serie de pedidos de días laborales a uno y cada uno de los superiores jerárquicos del trabajo, conseguí que se me librara de ir los días 29 y 30 de diciembre. Los planes comenzaban a cambiar y a tomar la forma definitiva. Si en algún momento se había pensado en pasar algunos días en Bolivia, dado el hecho de que teníamos que cruzar ese país para alcanzar Perú, quedó descartado de manera inmediata. La nueva idea que comenzaba a vislumbrarse en nuestras cabezas era un pretencioso año nuevo en la ciudad de Cusco, y para ello, había que aprovechar los días ganados gracias al permiso laboral conseguido.

Fue así como luego de generarle severos trastornos psicológicos a la pobre mujer que nos atendía en la sede de la empresa de ómnibus que contratamos conseguimos cambiar el pasaje al 25 de diciembre a las ocho de la noche. Tras una serie de transbordos de micros y tren alcanzamos Copacabana, Bolivia, el 28 por la medianoche. Con los restaurantes ya cerrados y sin provisiones más que maní, un toblerone y agua mineral, nos dispusimos a cenar en la habitación, pero antes debimos participar en la batalla de las moscas.

Pagar una habitación en Copacabana a tan solo diez bolivianos, es decir, menos de cinco pesos argentinos, tenía indefectiblemente que deberse a alguna circunstancia natural o artificial que impidiera a los dueños aumentar el precio de la misma. Nos quedará la duda de si realmente el precio bajo se debía a que la habitación que nos tocara estaba infestada de moscas o si era económica simplemente porque en Bolivia uno puede cenar todo un menú por el mismo precio. De hecho, y muy probablemente, los dueños del hostal (que recuerdo se llamaba Hostal de la Luna) no habían reparado siquiera en la invasión que atestaba el cuarto en alquiler.

Al entrar y ver la cantidad de moscas que había allí dentro decidimos espantarlas, pero no habiendo logrado el menor éxito luego de veinte minutos de revolear trapos, decidimos dar final a cuanta mosca hubiese en la habitación. Fue así como con un Dorian Gray de tapa dura (prestado por un gran amigo, a quien desde ya le pido disculpas) de arma fuimos dejando las respectivas marcas en cada pared hasta conseguir disminuir la cantidad de insectos a unos pocos. Misteriosamente, cuando parecía que ya no quedaban más, volvían a aparecer nuevos de estos bichos roñosos. Una mente débil podría ver en esto algún carácter místico como que se tratara de alguna de las plagas de Egipto o la resurrección de la carne muerta. Inclusive algún biólogo no actualizado podría haber llegado a plantear que se trataba de un caso de “generación espontánea”. Nosotros, ateos de fe, preferimos no verlo ni como un castigo ni como un milagro ni como una teoría en decadencia, y luego de una serie de pericias efectuadas por el Dr. Fernandez Parral, llegamos a la conclusión de que el hueco del techo, por donde pasaba el cable que sostenía la lamparilla que iluminaba la habitación, era lo suficientemente grande como para que entraran ocho moscas juntas.

Descubierto el misterio, decidimos hacer uso de las tecnologías al alcance de nuestras manos, por lo que con una cinta adhesiva fuimos bloqueando aquella pequeña puerta de acceso. El triunfo fue inminente, y el agotamiento por los extenuantes viajes en tren de Villazón a Oruro, y los micros de Oruro a La Paz y La Paz a Copacabana, sumado al largo conflicto con las moscas, y la ausencia de una buena alimentación, generó que tan pronto como apoyáramos la cabeza sobre el intento de almohada que yacía sobre las respectivas camas, cayéramos en un profundo letargo del que sólo pudimos salir al día siguiente, cuando la habitación se vio cruelmente invadida por un sol mañanero que se filtraba a través de las no muy demasiado opacas cortinas de la habitación.

Al levantarnos y tras sufrir un duchazo de agua helada, salimos a recorrer la ciudad que la noche nos ocultó durante nuestro arribo. Copacabana fue un oasis en un desierto. De venir de pasar velozmente por ciudades como Villazón, un enorme barrio de Once con productos folklóricos made in china, donde turista que pasa es turista que viste casacas, ponchos o pullovers andinos, gorritos collas o pantalones coloridos, o bien compra licores y bombones de países europeos a un precio tercermundista que genera dudas hasta en el más de los despistado, o la ciudad de Oruro, chata y gris, con sus ferias callejeras que impiden caminar tranquilamente por allí, o la ciudad de La Paz, ciudad que impacta por ubicarse en un pozo enorme que contiene miles y miles de construcciones muy semejantes entre sí y que comparten el mismo color ladrillo, nos encontramos en esta pequeña ciudad colonial con el lago Titicaca como vecino y esa tranquilidad tan poco característica de las grandes urbes. Lamentablemente, los tiempos corrían para nosotros, porque de haber podido nos quedábamos un buen rato allí estancados, entre el Titicaca, la isla del Sol y la Luna, la plaza con su catedral monstruosa, y el económico hospedaje ya sin moscas luego del efectivo trabajo realizado la noche anterior.

El viaje prosiguió con el cruce a suelo peruano, desembarcando en la Terminal de Puno, para hacer una excursión a la isla de los Uros, donde unos pseudos-aborígenes viven o fingen vivir en islas flotantes hechas a base de totora (juncos) y raíces de totora en la base, y que comen de lo que les da el Titicaca y sobre todo de los soles que los turistas gastan a diario al visitarlos, al comprar artesanías de totora o al llevarlos gentilmente a pasear en sus embarcaciones y luego de cinco minutos de remar les cobran cinco soles, compitiendo cabeza a cabeza con la injusta bajada de bandera de los taxímetros de Buenos Aires.

En la excursión también disfrutamos del primer guía del viaje, un peruano de campera roja que hablaba un inglés muy básico y hacía chistes como: “El Titicaca es compartido por Perú y Bolivia. ‘Titi’ por el lado peruano, ‘caca’ por el lado boliviano.”

Al final del día, salimos en un micro de mala muerte con los asientos pegados entre sí, sobrepoblado de tal manera que gente debía viajar sentada en el suelo del pasillo y con un baño tan pestilente que mejor hubiera sido que no tuviera, rumbo a la ciudad de Cusco, en un viaje que duró aproximadamente diez horas.

Pese al sufrimiento y la incomodidad, estábamos felices. Era 30 de diciembre por la madrugada cuando sentimos por vez primera el frescor de la noche de Cusco en nuestros cuerpos. Acabábamos de lograr uno de los objetivos propuestos: llegar antes de año nuevo al ombligo del mundo.


El ruso Salzman se rasca el muslo derecho paranoico por los insectos
que convivieron con él durante la noche en el hospedaje de Copacabana.
A sus espaldas, el magnífico Titicaca siendo surcado por numerosas embarcaciones.