Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

jueves, 5 de febrero de 2009

CRONICAS QUE VALEN UN PERU (Los primeros días)

Los primeros días

Cuando todos los planes armados para excursionar en Bolivia quedaron truncos, Ernesto, con su clásico retruque capaz de mandarte al mazo con un ancho de basto en la mano, no se amedrentó por la situación sino que la aprovechó para soñar más alto. Fue así que se jugó un falta envido con la propuesta de abandonar la idea de visitar Bolivia, y en lugar de ello, recorrer lo máximo posible la República del Perú. Cierto es que me hallé un tanto perdido en el cambio de destino, máxime teniendo en cuenta que no quedaba prácticamente tiempo suficiente que me permitiera averiguar respecto de ese nuevo país que surgía entre las palmarias posibilidades. Desde ya que repicaban en nuestras cabezas las clásicas: Machu Picchu, Cusco y Lima, pero más allá de eso, ¿qué otra cosa podría proporcionarnos el Perú además de esos recurrentes y tradicionales atractivos turísticos? Porque al fin de cuentas no teníamos pensado pasar un mes únicamente en esos tres lugares. Si íbamos a dedicarle un mes a conocer Machu Picchu, Cusco y Lima, la magia que pudieran tener esos lugares se desvanecerían como las virtudes de aquellos a los que con el tiempo vamos conociendo más en profundidad. En la búsqueda comenzaron a aparecer nombres de lugares y civilizaciones como la ciudad de Nazca y la recordada civilización que hacía dibujos en el suelo, únicamente contemplables desde una posición cenital de unos cuantos miles de metros de altura, es decir, sólo pueden apreciarse alquilando un aeroplano o símil que vuele. Pero ahí surgía ya la primera crítica a ese otro atractivo reconocido a escala mundial, a saber, la imposibilidad matemática financiera de juntar ese gasto con los gastos de Machu Picchu y con la idea básica que teníamos de viajar durante un mes entero.

De modo que, para que la idea de pasar el mes en Perú no fuera descartada era necesario al menos un plato fuerte más. Mirando el mapa no tardamos en darnos cuenta lo ciegos que habíamos sido, y entonces encontramos la solución: la costa del Pacífico.

Del Pacífico no sabíamos absolutamente nada. Desconocíamos si las aguas eran frías o cálidas, si las playas estaban pobladas como la Bristol o si eran reductos bacanales como las de Pinamar y Cariló, si eran de areniscas blancas o de canto rodado y vidrio, o si las olas eran suaves y tranquilas como el nombre del océano hace creer o por el contrario su nombre había sido puesto en honor a la ironía. A raíz de estas dudas, comenzamos a hacer averiguaciones a través de conocidos de Ernesto, quienes gentilmente se ofrecieron a ayudar, contándonos sus experiencias en tierra peruana. Fue así cómo nos enteramos de que las playas de más al norte son las que generalmente más se visitan, como Máncora, o Montañitas ya cruzando a Ecuador; que hacia el este hay selva y que luego de cuatro días de travesía en embarcación se alcanza Iquitos, lugar en el que nace el gigantesco río Amazonas. Nos enteramos que ahí se trafican animales de la selva como acá se compran caramelos y que los insectos más pequeños miden como la palma de la mano. De otras averiguaciones paralelas nos enteramos también de la existencia de ciudades limítrofes a Chile, como Tacna, en donde se podían conseguir cosas a precios realmente económicos al hacerse provecho de la carencia de agregados impositivos al producto. Es decir, nos dimos cuenta que un mes no iba a ser suficiente para recorrer todo el Perú, y eso fue suficiente para que nos decidiéramos por pasar allí nuestras vacaciones de enero.

Por cuestiones laborales el viaje se propuso en un principio para el 2 de enero, pero luego de negociaciones, lo pasamos al día 1, y finalmente, tras una serie de pedidos de días laborales a uno y cada uno de los superiores jerárquicos del trabajo, conseguí que se me librara de ir los días 29 y 30 de diciembre. Los planes comenzaban a cambiar y a tomar la forma definitiva. Si en algún momento se había pensado en pasar algunos días en Bolivia, dado el hecho de que teníamos que cruzar ese país para alcanzar Perú, quedó descartado de manera inmediata. La nueva idea que comenzaba a vislumbrarse en nuestras cabezas era un pretencioso año nuevo en la ciudad de Cusco, y para ello, había que aprovechar los días ganados gracias al permiso laboral conseguido.

Fue así como luego de generarle severos trastornos psicológicos a la pobre mujer que nos atendía en la sede de la empresa de ómnibus que contratamos conseguimos cambiar el pasaje al 25 de diciembre a las ocho de la noche. Tras una serie de transbordos de micros y tren alcanzamos Copacabana, Bolivia, el 28 por la medianoche. Con los restaurantes ya cerrados y sin provisiones más que maní, un toblerone y agua mineral, nos dispusimos a cenar en la habitación, pero antes debimos participar en la batalla de las moscas.

Pagar una habitación en Copacabana a tan solo diez bolivianos, es decir, menos de cinco pesos argentinos, tenía indefectiblemente que deberse a alguna circunstancia natural o artificial que impidiera a los dueños aumentar el precio de la misma. Nos quedará la duda de si realmente el precio bajo se debía a que la habitación que nos tocara estaba infestada de moscas o si era económica simplemente porque en Bolivia uno puede cenar todo un menú por el mismo precio. De hecho, y muy probablemente, los dueños del hostal (que recuerdo se llamaba Hostal de la Luna) no habían reparado siquiera en la invasión que atestaba el cuarto en alquiler.

Al entrar y ver la cantidad de moscas que había allí dentro decidimos espantarlas, pero no habiendo logrado el menor éxito luego de veinte minutos de revolear trapos, decidimos dar final a cuanta mosca hubiese en la habitación. Fue así como con un Dorian Gray de tapa dura (prestado por un gran amigo, a quien desde ya le pido disculpas) de arma fuimos dejando las respectivas marcas en cada pared hasta conseguir disminuir la cantidad de insectos a unos pocos. Misteriosamente, cuando parecía que ya no quedaban más, volvían a aparecer nuevos de estos bichos roñosos. Una mente débil podría ver en esto algún carácter místico como que se tratara de alguna de las plagas de Egipto o la resurrección de la carne muerta. Inclusive algún biólogo no actualizado podría haber llegado a plantear que se trataba de un caso de “generación espontánea”. Nosotros, ateos de fe, preferimos no verlo ni como un castigo ni como un milagro ni como una teoría en decadencia, y luego de una serie de pericias efectuadas por el Dr. Fernandez Parral, llegamos a la conclusión de que el hueco del techo, por donde pasaba el cable que sostenía la lamparilla que iluminaba la habitación, era lo suficientemente grande como para que entraran ocho moscas juntas.

Descubierto el misterio, decidimos hacer uso de las tecnologías al alcance de nuestras manos, por lo que con una cinta adhesiva fuimos bloqueando aquella pequeña puerta de acceso. El triunfo fue inminente, y el agotamiento por los extenuantes viajes en tren de Villazón a Oruro, y los micros de Oruro a La Paz y La Paz a Copacabana, sumado al largo conflicto con las moscas, y la ausencia de una buena alimentación, generó que tan pronto como apoyáramos la cabeza sobre el intento de almohada que yacía sobre las respectivas camas, cayéramos en un profundo letargo del que sólo pudimos salir al día siguiente, cuando la habitación se vio cruelmente invadida por un sol mañanero que se filtraba a través de las no muy demasiado opacas cortinas de la habitación.

Al levantarnos y tras sufrir un duchazo de agua helada, salimos a recorrer la ciudad que la noche nos ocultó durante nuestro arribo. Copacabana fue un oasis en un desierto. De venir de pasar velozmente por ciudades como Villazón, un enorme barrio de Once con productos folklóricos made in china, donde turista que pasa es turista que viste casacas, ponchos o pullovers andinos, gorritos collas o pantalones coloridos, o bien compra licores y bombones de países europeos a un precio tercermundista que genera dudas hasta en el más de los despistado, o la ciudad de Oruro, chata y gris, con sus ferias callejeras que impiden caminar tranquilamente por allí, o la ciudad de La Paz, ciudad que impacta por ubicarse en un pozo enorme que contiene miles y miles de construcciones muy semejantes entre sí y que comparten el mismo color ladrillo, nos encontramos en esta pequeña ciudad colonial con el lago Titicaca como vecino y esa tranquilidad tan poco característica de las grandes urbes. Lamentablemente, los tiempos corrían para nosotros, porque de haber podido nos quedábamos un buen rato allí estancados, entre el Titicaca, la isla del Sol y la Luna, la plaza con su catedral monstruosa, y el económico hospedaje ya sin moscas luego del efectivo trabajo realizado la noche anterior.

El viaje prosiguió con el cruce a suelo peruano, desembarcando en la Terminal de Puno, para hacer una excursión a la isla de los Uros, donde unos pseudos-aborígenes viven o fingen vivir en islas flotantes hechas a base de totora (juncos) y raíces de totora en la base, y que comen de lo que les da el Titicaca y sobre todo de los soles que los turistas gastan a diario al visitarlos, al comprar artesanías de totora o al llevarlos gentilmente a pasear en sus embarcaciones y luego de cinco minutos de remar les cobran cinco soles, compitiendo cabeza a cabeza con la injusta bajada de bandera de los taxímetros de Buenos Aires.

En la excursión también disfrutamos del primer guía del viaje, un peruano de campera roja que hablaba un inglés muy básico y hacía chistes como: “El Titicaca es compartido por Perú y Bolivia. ‘Titi’ por el lado peruano, ‘caca’ por el lado boliviano.”

Al final del día, salimos en un micro de mala muerte con los asientos pegados entre sí, sobrepoblado de tal manera que gente debía viajar sentada en el suelo del pasillo y con un baño tan pestilente que mejor hubiera sido que no tuviera, rumbo a la ciudad de Cusco, en un viaje que duró aproximadamente diez horas.

Pese al sufrimiento y la incomodidad, estábamos felices. Era 30 de diciembre por la madrugada cuando sentimos por vez primera el frescor de la noche de Cusco en nuestros cuerpos. Acabábamos de lograr uno de los objetivos propuestos: llegar antes de año nuevo al ombligo del mundo.


El ruso Salzman se rasca el muslo derecho paranoico por los insectos
que convivieron con él durante la noche en el hospedaje de Copacabana.
A sus espaldas, el magnífico Titicaca siendo surcado por numerosas embarcaciones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaj buenaa, muy buen relato ferchum, espero que sigan subiendo.

lo de las moscas no nos habian contado!!

bueno, un abazo para todos

Anónimo dijo...

Muy linda esta crónica!
Interesante reflexión la de que "si íbamos a dedicarle un mes a conocer Machu Picchu, Cusco y Lima, la magia que pudieran tener esos lugares se desvanecerían como las virtudes de aquellos a los que con el tiempo vamos conociendo más en profundidad". ¿Acaso todas las cosas, personas y lugares, están destinadas a perder su magia con el paso del tiempo y el contacto cotidiano?

Anónimo dijo...

Me gusto mucho la cronica. Dan realmente ganas de ir a conocer esos lugares. Y sin una apreciacion de ningun tipo, se siente, al leer el texto, la enorme distancia que separa el viaje que estoy haciendo de los viajes que hemos hecho, que hacen ustedes ahora o que, espero, haremos, en los sucesivos veranos argentinos. Espero volver a participar de esas aventuras (de hecho con Ferchum ya estamos reuniendo los ingredientes de una, en algun mes de este anio la pondremos en el horno).
Al igual que Reimon, me gusto e intereso la reflexion acerca del tiempo y su capacidad de anular la magia.
Abrazos