Nueva portada

El dibujo de la portada del blog fue realizado con el mayor de los cariños por FerchuM, quien se hace responsable de las críticas que puedan existir contra los garabatos antes mencionados.
La obra es en papel A4 borrador del laburo (detrás hay un proveído que el juez nunca firmó), y la pintura es a base de lapicera negra parker, birome bic negra y liquid paper gastado.
Téngase en cuenta al momento de la crítica que este miembro del grupo carece de conocimientos de dibujo, de caricatura, de perspectiva, de arquitectura, de filosofía, de política, de negocios... resumamos en la idea de que carece de conocimientos en general.
Por otra parte, si ud. es miembro del grupo y no se encuentra en el dibujo no implica que haya sido olvidado, sino que es cuestión tal vez de abrir un poco la imaginación y pensar: "mmm... ¿ese seré yo?"

jueves, 11 de febrero de 2010

Frialdad: encuentro cercano con el glaciar Perito Moreno y con la gente de El Chaltén

Usamos el auto todo lo que pudimos, casi hasta para ir al baño. El Ford K rentado era una suerte de bendición, que además de evitarnos trepar las empinadas calles de Ushuaia y transportarnos de un rincón del parque nacional a otro, nos sirvió para hacer una de las excursiones más esperadas del viaje, la visita al coloso de hielo, el glaciar Perito Moreno.
Cómo describir con palabras la soberbia de ese glaciar, si ni siquiera las fotos ni las filmaciones consiguen retratar la realidad, una realidad tan irrepetible como las cataratas del Iguazú, el Talampaya, el Macchu Picchu, etc.
Cuando llegamos a la pasarela, desde donde pudimos hacer avistaje desde distintos ángulos y alturas, lo primero que hicimos fue escabullirnos entre extranjeros de todas las nacionalidades y conseguir fotografiarlo, pero por más que intentáramos, los colores que lo componen, con sus tonalidades de blanco y celeste se volvían más y más inalcanzables. Para colmo, aparecer alguno de nosotros delante del glaciar generaba un cambio de balances de blanco que volvía al monumento natural indiscernible en un fondo blanco que acompañaba nuestros rostros. En la desesperación por conseguir captarlo logramos lo que los manuales Canon y Sony no consiguieron: que aprendiéramos a usar nuestras cámaras digitales. Recién ahí el glaciar se dejó robar algún que otro color.
De cualquier manera, personalmente no pude dejar de sentir un estremecimiento producto de tristeza y piedad por aquel majestuoso monstruo de picos y paredones glaciales que tronaba con la gravedad de un trueno y escupía fragmentos de sí mismo al lago Argentino. No pude dejar de sentirlo como una bestia prehistórica mortalmente herida, luchando contra sí mismo para no desarmarse por completo y perecer en su propio derretimiento, en su propio llanto. Desde ya que su muerte no es inminente si se la compara con la corta vida humana, pero la estocada ya fue dada, y ahora por cientos de años, el coloso se ira desmoronando, tronando su desgracia.
Tal vez suene ridículo, pero pese a su cautivadora belleza, lo sentí un espectáculo triste, un estrago de la inconciencia del ser humano, una injustificada destrucción de nuestro propio hogar. Trato de hacer la vista gorda, de pensar en que es algo que me supera, y no puedo dejar de cuestionarme si realmente me supera, si nos supera a todos. Y abandonando estas reflexiones a fin de evitar convertir la crónica en un manifiesto ecologista, retomo nuestra excursión.
La estadía en el parque fue breve, quedándonos incluso con las ganas de subirnos a una lancha o catamarán o lo que fuera, que se acercaba a la gigantesca pared de hielo, por estar corriendo con el tiempo para devolver el vehículo, armar las mochilas, desarmar las carpas y subirnos al micro que nos dejaría en El Chaltén.
Mas o menos, la velocidad con que lo cuento se asimila a los acontecimientos, que de buenas a primeras nos ubica en la ciudad del monte Fitz Roy, en un atardecer con un cielo prácticamente de acuarela. Quizás un poco esperanzado aún, no me doy cuenta de que se acercan los días de oscuridad (por la suciedad de no ver una canilla ni una ducha por días), pero no quiero adelantarme en los acontecimientos.

Después de los precios irregateables de El Calafate y tras haber cumplido con la impresionante visita al famoso glaciar Perito Moreno, finalizó la primera etapa del viaje, aquella de comodidad a raíz del auto alquilado, y comenzó el de los circuitos de trekking desde el Chaltén, con las implicancias que esto mereciera.
El pueblo de El Chaltén es, hablando mal y pronto, un caretaje del mismo nivel que el Calafate. Todos los habitantes buscan hacer dinero a toda costa sin importarles la situación, edad y origen de nadie. Si bien es bonito carece de mérito de haberse convertido en lo que es con el transcurso de su historia (de la cual prácticamente carece por ser el pueblo fundado más recientemente en el país), y al estar pensado al solo efecto del turismo europeo le brinda encima un carácter detestable y vergonzoso. Ello, sumado a su poca poesía, a su falta de humanidad, en donde la única emoción es brindada por el Fitz Roy, que en sectores del pueblo no es observable por hallarse oculto tras un cerro.
Cabe destacar también la actitud de los habitantes, propia de máquinas expendedoras de boletos que prefieren no vender antes que disminuir los abultados precios, consideran que los pagos de un extranjero con buen nivel económico debe ser similar a la de un estudiante argentino. Y es que siempre está presente la opción, por supuesto, de no pagar lo que cuesta el camping organizado, y pasar la noche en el camping libre, al que se accede tras subir durante dos horas la montaña, dentro del Parque Nacional Los Glaciares, y hasta la posibilidad de elegir entre quedarse ahí o seguir caminando y alcanzar alguno de los otros campings existentes. Para dar cuenta de los negociados existentes, vale aclarar que antes existían dos campings libres en el pueblo, pero por disposición de la “intendenta” “presidenta de la junta comunal” o lo que fuera, de El Chaltén, ambos fueron cerrados y solamente quedaron los dos campings organizados en la montaña.
Impedidos de subir al momento de llegar al camping libre, y tras averiguar el precio del primer camping, en el cual la mujer que lo atendía se negó a hacernos un descuento y apoyó nuestra causa con las palabras: “Yo en su lugar, haría como ustedes, buscaría el lugar más barato para acampar, no sé cuanto cuesta el otro camping, pero ‘averigüen’, ‘avirigüen’”.
Dormimos una noche en el camping organizado vecino al de la señora, que costaba lo mismo (vaya casualidad) y con la diferencia de que tenía agua caliente las 24 horas, cosa que no ocurría en el primero. Antes de emprender a la mañana siguiente el ascenso al camping libre, oímos dentro de la Administración del camping en el que paramos que a los que paraban en el camping con auto les correspondía abonar un plus por el rodado, y que a un grupo de personas que pedían permiso para usar una parrilla para hacer un asado, y sin intenciones de armar una carpa para quedarse a dormir, les exigían la mitad de lo que cuesta la estadía por persona a cada uno de los comensales.
Decididamente asqueados de los negocios, de que no haya señal para los celulares, que los ciber no permitiesen bajar el Skype (un programa para hablar por teléfono por Internet, que es gratuito), que los dos campings libres de la ciudad hubiesen sido cerrados permitiendo que los dos organizados hicieran lo que quisiesen, nos calzamos las mochilas y nos dirigimos a la montaña, puntualmente a la laguna Capri donde dejaríamos la carpa armada y desde donde partiríamos rumbo a las sucesivas caminatas.


Epígrafes:
Foto 1: Vista de la magnitud del glaciar Perito Moreno.
Foto 2: Una de las paredes del glaciar, con su color característico. El hielo que parece desprenderse y que sin embargo está por el momento firme, formando una V de la victoria consigue que algunos visitantes confirmen que que el glaciar es nacional y popular.
Foto 3: El atardecer en El Chaltén casi roza la pintura.

Cierro esta crónica con un tosco poema dedicado al Glaciar Perito Moreno que recojo de entre mis apuntes y dibujos:
Antiguo habitante del tiempo
soberano hielo del mundo
pared glacial de la historia
oigo tronar los lamentos,
rugidos de herida mortal,
que tu vejez desgrana
en la gélida paz que te arrulla.
Perdiste la soledad en que naciste,
te adulan quienes te traicionan,
entre flashes y filmaciones
el hombre retrata tu decadencia,
la gravedad de tu joven herida,
la pérdida de tu inmortalidad.
Estimado coloso con huesos de cristal,
tu fractura conmueve mi frágil andar.

jueves, 4 de febrero de 2010

Gastronomía Fueguina

Madrugar a raíz de la música de los descerebrados que habían llegado la noche anterior, nos permitió visitar unas sendas más antes de volver a Ushuaia, y debido a que nos encontrábamos constantemente a contrarreloj a causa de la necesidad de devolver el auto alquilado en El Calafate, con los chicos logramos convencer a Teseo para que dejara el famoso “Guanaco” para otra oportunidad. Eze lo aceptó muy a su pesar, y no obstante mi negativa, aprovecharon parte de la mañana para recorrer el sendero de Pampa Alta y el Valle del Río Pipo. Yo, por mi parte, me incliné hacia la lectura y la reflexión.

Ni bien se alejaron por el boscoso sendero, los subnormales detractores de la naturaleza volvieron a la carga con dosis de reggaeton y cumbia, logrando que mi lectura se torne costosa y difícil de asimilar ante banal competidor que habla de sexo, droga y frases zonzas y patéticas que se tornan pegadizas a base de la constante repetición, y se refriegan por el cerebro al punto de secarlo y dejar al individuo en una suerte de pseudo-lobotomía que en ocasiones consigue que uno se descubra tarareando sus ritmos de dos acordes, si es que los llega a tener.

Tras lanzar un par de gestos de bronca que de seguro no logran visualizar por la distancia, decidí abandonar mi ubicación e internarme en el bosque. Junto a un arroyo la música se tornó lejana, convirtiéndose en un bajo constante retumbando de la tierra. Si bien la ubicación escogida no me convencía lo suficiente, tampoco podía alejarme demasiado ya que las llaves del auto estaban en mi poder, y si bien los muchachos se habían ido por ese camino en el que me encontraban, no tenía la certeza de que regresaran por el mismo lado.

Me senté junto al arroyo y comencé a leer. Nuevas preocupaciones: mosquitos. Sin embargo, los preferí con dengue y todo antes que ese compilado de grasa que andaban escuchando a todo volumen la manga de retardados.

Con el regreso de los demás, hicimos el sendero de la cascada del río Pipo y nos volvimos a Ushuaia.

Era domingo, dos de la tarde y teníamos un hambre devorador producto de haber comido la noche anterior un arrocito “azafranado” con conservantes con aroma a paella. Por suerte, Ernest, con un olfato magnífico, nos guió a un local con una variedad de empanadas nunca antes vista y así logramos saciar nuestros estómagos, y quedar en condiciones como para viajar a Tolhuin, que está cerquita de Ushuaia, prácticamente después de unos kilómetros de curvas y contracurvas con paisajes de cerros nevados y mucho verde y lagos.

Como debíamos pasar la noche en dicha localidad, nos dirigimos a un camping. El dueño pretendía una suma por persona que Eze rechazó sin reservas. Pese a nuestro asombro por el precio, el bigotudo que nos atendió, que sospechamos de tendencia germanófila, no cedió y nos indicó que de querer pagar menos podíamos ir a un lejano camping que habíamos visto desde la ruta. Este rechazo nos dio inmediatamente la pauta de que el bigotudo la levantaba en pala y que no cargaría en su conciencia no haber dado una parcelita a unos argentinitos ratones. Insistiendo en que pagaríamos la suma si se ampliasen los beneficios que el camping otorgaba, solo al efecto de poder intentar convencer a Teseo, el bigotudo pisó el palito y largó el rollo, soltando la piedrita que guardaba en el zapato. “En el camping del sindicato de comercio creo que cuesta cinco pesos por persona”. Por primera, y tal vez única vez en el viaje, la testarudez de Eze consiguió lo que los regateos y contraofertas de Ernest no lograron.

Efectivamente, el camping manejaba ese precio y tenía lugar de sobra. Además, contaba con beneficios que el encargado del camping del sindicato, un tipo bondadoso con panza de asado, nos informó, desde permitirnos ubicar la carpa en un refugio con techo a dos aguas para evitar el viento y la lluvia, calentarnos agua sin costo alguno para unos mates, e incluso ante nuestro pedido de agua caliente para ducharnos prendió la bomba para que pudiéramos bañarnos. Graciosamente, Eze, urgido de asearse, no esperó el tiempo suficiente para que la bomba cargase y se arriesgó a una hipotermia.

En cuanto a la comida, después de la cantidad de empanadas del almuerzo, Ernest había considerado cenar algo livianito, de paso para no perder la costumbre, y había negado rotundamente la posibilidad de un asado. “Cuando estemos en el Chalten…” prometía pensando en los corderos patagónicos que seguramente serían regalados en aquella zona. Y es que después de su viaje a Cushamen, lo único que realmente lo motivaba era poder hacer un cordero o un chivo al asador. Pero resultó que, mientras yo buscaba el refugio con el suelo menos pedregoso y con menor inclinación, me encontré en el interior del último intento no sólo el lugar más apto sino que además la señal que Ernest estaba esperando. Sobre el suelo del refugio yacía una cruz de hierro de asador.

Inmediatamente, corrí hacia Ernest y le conté el hallazgo, y como sus oídos no daban crédito a lo que oían, fue a verlo con sus propios ojos. La lejana posibilidad se convertía en un santiamén prácticamente en certeza. En ese camping, para colmo, teníamos leña ilimitada, chapas para proteger del viento y el bonito asador.

Ezequiel lanzó su caballito de batalla, como quien retruca cuando siente que el partido se le va de las manos. “Pero ¿qué hora es? Me parece que deben ser como las siete y media, y estaría bueno que nos fuéramos a dormir temprano”. No obstante, inmediatamente salté con mi celular en la mano dando la hora exacta: ¡eran las seis y cuarto! Había tiempo para hacerlo.

Solo quedaba un impedimento en pie además de convencer a Eze (lo cual no nos preocupaba porque estábamos dispuestos a obligarlo): conseguir el cordero. Ernest y Teseo fueron a su busca y al rato regresaron exitosos, habiendo Añadir imagenconseguido milagrosamente un pedazo que no estaba congelado y de esa manera nos despedimos de Ushuaia a lo grande.

Como para no perder la costumbre de las músicas, tuvimos la suerte de que justo al lado nuestro vinieran un grupo de amigos a pasar una noche de camping, escabio y reggaeton, cumbia y similares y Eze rezongó hasta que me dormí. Creo que incluso por la noche fue a enfrentarlos, según comentara a la mañana siguiente, pero con calcitas y todo, esta vez la música apenas bajó y no le quedó otra que dormirse con la música ajena sonando.

A la mañana siguiente, la música seguía sonando y tras desarmar la carpa nos dirigimos a la panadería “La Unión” donde compramos cosas ricas que desayunaríamos con el mate en el día de viaje que nos esperaba rumbo a El Calafate.


Epígrafes:

Foto 1: El ruso y Fer en el camping del Sindicato de Comercio distribuyen las chapas para evitar que los fuertes vientos no afecten la cena.

Foto 2: El refugio en el que ubicamos la carpa dentro del camping.

Foto 3: El ruso limpia la única cruz que se anima a tocar, la del asador, y manifiesta que a diferencia de todos los católicos, su bautismo fue con fuego y no con agua. "Cielo o infierno? Infierno toda la vida. En el Cielo no hay humo, por lo que estoy seguro de que no comen asado.".

martes, 26 de enero de 2010

Las caminatas al Glaciar Martial y en el Parque Nacional Tierra del Fuego

El año nuevo en Ushuaia, el fin del mundo, según le dicen, nos dejó con un sabor amargo en la boca. Después del asado que comimos bajo una llovizna intensa que, por momentos, se podía llamar lluvia, y habiéndose las manecillas del reloj marcado las doce el cielo se mantuvo apagado, como una noche cualquiera. “Es que acá hay muchas casas de maderas, por lo que los fuegos artificiales están prohibidos”, nos explicaron.
De cualquier manera, la alegría de las vacaciones y del fin del año y la esperanza de uno mejor, fueron suficientes para enfrentar tanto la lluvia que caía cuando se le daba la gana, y por lo general era en los momentos menos deseados, o ante algunos pedazos de carne gomosa que servían para sacar músculo en la mandíbula.
Una vez finalizado nuestro brindis con licor de chocolate con menta, salimos en el auto hacia un bar, en busca de fiestas. El pub irlandés al que entramos, si bien parecía divertido, fue una lágrima, por lo que siguió una desesperada búsqueda de boliches, sobre todo de parte de Ernesto, a quien habiéndole subido el licor de chocolate con menta al cerebro quería descocar y terminar la noche abrazado a una mujer o símil, y de última a una botella.
Desafortunadamente para él, la búsqueda se tornó infructuosa y tras su despavorida huida al enterarse el precio del último reducto de esperanza, el boliche El Náutico, desaparecieron sus intenciones de festejar el año nuevo entre luces de colores y reggaetones de letras berretas.
En resumen, el año nuevo comenzó con un madrugador despertar que nos hizo aprovechar el día al máximo. Por la mañana hicimos el sendero de la baliza, un circuito desde la costa del Beagle frente al territorio chileno, que se introducía por bosques y praderas siempre con vistas increíbles hacia el canal; y por la tarde viajamos en auto hasta la base del Glaciar Martial desde donde emprendimos su ascenso hasta alcanzar un punto en el que decidimos tomar unos mates sumergidos en la humedad de una nube que descendió sobre nosotros.
El día siguiente abandonamos el camping y nos internamos en el Parque Nacional Tierra del Fuego, donde pasaríamos una noche en camping agreste, sin pagar más que el acceso al Parque.
Antes de instalarnos, aprovechamos para recorrer un par de senderos: la Bahía de Lapataia, un mirador de aves donde solo vimos uno con cuello blanco en la lontananza y que por hallarse entre los pastizales sólo veíamos su cabeza y cuello, que repetía un movimiento sincronizado que nos hizo dudar si no sería un animatronic del estilo de las películas de Spielberg.
Hasta entonces los pies, aunque cansados venían respondiendo más o menos bien, la espalda de Ernest amenazaba con quebrarse como una rama seca y Eze “Teseo” Birman estaba hecho una fiera que quería subir todo lo que fuera posible. Esto generaba una controversia de compleja resolución: por un lado Eze, conductor y por lo tanto controlador del poder, deseoso de realizar la subida al cerro Guanaco, al que también llamamos Huanchaco, Monte Chingolo, etc., que en total implicaba para la subida y bajada unas cinco horas mínimo; por otra parte, los Fernandos, conmigo como líder detractor de la idea, que aún sabiendo que la vista debía ser maravillosa desde arriba de todo, era realista de su imposibilidad física de subir siquiera a un hormiguero; y Ernesto y su dudosa espalda, en un término medio, jugando con su indecisión.
El autoritarismo birmánico desoyó a la mayoría de tres a uno que pretendía hacer el sendero de la castorera y manejó hasta la base del cerro Guanaco, cuyo inicio era compartido por la senda al hito XXIV. Afortunadamente para la mayoría, en el punto de bifurcación del sendero yacía un amenazador cartel que además de mencionar la necesidad de calzado adecuado y ropa cómoda (que varios carecíamos, sobre todo Ernest y sus chinelas agujereadas y yo y mis zapatillas sin plantillas), indicaba la recomendación de ingresar antes de las doce del mediodía. Lamentablemente para Monsieur Birman, eran las tres de la tarde o más tarde y no quedó otra opción que el hito XXIV, es decir, la caminata hacia el límite fronterizo con Chile, al cual se accedía bordeando la costa de un lago, pasando por bosques con árboles tumbados por el viento y otros que crujían sobre nuestras cabezas. La caminata aunque sencilla era larga y le dedicamos unas horas en ir y volver.
Los pies comenzaban a doler.
Una vez finalizado el recorrido, con Ernest hicimos exigencia de nuestro vulnerado derecho, consiguiendo ser llevados al recorrido de la castorera donde no vimos ni un castor, pero sí sus obras de ingeniería hidráulica, a la vez de nos que nos informamos sobre su intrusión en el ecosistema a raíz del hombre y los perjuicios que ello implicó.
La última caminata del día fue una senda “interpretativa” de la Laguna Negra, en donde no encontramos ni psicoanalistas ni lingüistas o semiólogos, sino unos carteles educativos que enseñaban lo que era un turbal y que no viene al caso que lo explique.
Tras la presencia de un zorro, el armado de la carpa y cenar un plato de arroz nos acostamos para relajar los doloridos cuerpos y descansar bajo el apacible manto de la madre naturaleza, y esas composiciones musicales compuestas por agua de un arroyo, el viento agitando las ramas de los árboles y hasta los sonidos apenas imperceptibles de los insectos. Hasta que de pronto fuimos víctimas de unos desgraciados sin gusto, atentadores del estado de naturaleza, asesinos de paz y contaminadores de la calma y la dulce melodía natural, que llegados con, a falta de una, dos camionetas, pusieron en sus estereos música electrónica a elevados decibeles cagándose impunemente en todo. Amen de nuestra bronca, que no era poca, Teseo, todavía inyectados los ojos de sangre por no haber podido escalar su deseado Guanaco, salióse de la carpa cual bestia embravecida y en blancos calzones largos pidioles con cierto tono de exigencia que apagaran aquella detestable antinatural sintética música para poder descansar. Se desconocen los pensamientos de aquellos imbéciles de poca altura mental que obedecieron al mandato birmánico. Tal vez sintieron que realmente era un horario inadecuado para semejante volumen. Prefiero creer que la verdadera razón de su obediencia inmediata fue la furtiva mirada de un Teseo salido de las casillas enfundado en una suerte de calzas blancas.


Epígrafes:
Foto 1 der: El ruso Salzman ahumándose en pleno intento de hacer el fuego para el asado de fin de año, bajo la llovizna.
Foto 2 izq: Representación fotográfica de los vendavales que enfrentó el grupo en el camino de la Baliza.
Foto 3 der: El grupo completo posa tras haber ascendido al Glaciar Martial.
Foto 4 izq: En el Parque Nacional Tierra del Fuego finaliza la ruta 3 (la Panamericana). Teseo, por motivos que se desconocen, se tira al suelo y hace gestos al cameraman (en ese momento, el Ruso Salzman).
Foto 5 der: Miembros del grupo junto al hito XXIV. Sus rostros buscan contener la decepción por haberse encontrado un triángulo naranja como hito.
Foto 6 izq: Demostración de habilidad del Ruso Salzman para revivir el fuego que calienta nuestra pobre alimentación.

domingo, 17 de enero de 2010

Patagonia 2010: Comienza la aventura

La mañana nos encuentra sumergidos en profundas calmas de films mentales, en funciones oscuras que proyectan nuestras mentes y que no solo rara vez se repiten sino que incluso contadas veces terminan. El quiebre es paulatino en mi caso, que de a poco regreso a mi cuerpo y doy cuenta que me rodea una bolsa que me hace gusano, dentro de una carpa junto a mis compañeros de viaje, Ernest "Ruso Salzman" y Ezequiel "Teseo" Birman. No es la primera vez que madrugo, estoy habituado a ese castigo. Intento vanamente despertarlos, pero el triunfo será de una chillona y tosca alarma de celular que suena al otro lado de la carpa.

Estamos en el camping El Ovejero de El Calafate, al cual llegamos luego de ser practicamente los que cerramos el Aeropuerto Armando Tola, una pequeña estructura de alto vuelo. De ahí a la ciudad tuvimos que contratar un económico taxi que nos costó ni más ni menos que ochenta pesos.

La planificación para el día, organizada antes de acostarnos, se pone automáticamente en marcha. Habiendo dormido lo necesario para emprender el viaje en auto rentado, de reducidas dimensiones engullimos unos panes milagrosos para engañar ligeramente la hambruna producto de saltearse una cena y salimos rumbo hacia el sur, a 800 kms nos esperaba el próximo destino: Ushuaia.

A medida que avanzamos, los paisajes se tridimensionan y las conversaciones derivan en temas de cualquier tipo. ¿Adonde vamos? Tal vez no lo sepamos con exactitud. Nos dirigimos a Ushuaia pero probablemente esa respuesta sea bastante incompleta como para dar cuenta de nuestros conocimientos. Solo sabemos que cruzamos ciudades, fronteras y un estrecho marítimo bajo un cielo que va adquiriendo las más variadas tonalidades a lo largo del día, desde un intenso azul a un celeste salpicado de nubes blancas a un cyan verdoso que irá ennegreciéndose a medida que el sol se retire a sus aposentos, tras los cerros nevados del oeste. También veremos los cambios en los climas y la vegetación, que de unas tierras desérticas de pastizales xerófilos se irán transformando a lo largo de kilómetros en un culminante e impenetrable bosque de pinos y fríos árboles de madera blanda.

Pienso que la naturaleza consigue lo que dos pueblos no lograron, unirlos en semejanza natural, en parte del mismo mundo. Mientras el poder y la ambición se esfuerzan en diferenciarnos, ya sea a través de conflictos, guerras o símbolos estúpidos, la naturaleza deja al descubierto una mirada más sabia y probablemente más humana, la eterna igualdad.

El ripio en el lado chileno nos demora. Ezequiel maneja con sumo cuidado el Ford K 2009, y a cada ruido producto de golpes de piedras que saltan contra el chasis del auto, por mínimo que sea, lanza una sarta de blasfemias y reduce la marcha. Es que como el auto es alquilado, constantemente viene a su mente la imagen de la señora “parca pero gentil” de la agencia a la que, de seguro, no le hará gracia alguna ningún tipo de abolladura ni pinchadura de tanque de nafta.

Por suerte alcanzamos el territorio argentino y su ruta asfaltada, y en esa mitad de la isla, la ciudad de Río Grande, Tolhuin y luego de unas curvas y contracurvas en plena noche que Ernest consiguió pasar sin dejar de crisparnos los nervios y jugando a ser un corredor de Formula 1 en el circuito de Mónaco, llegamos a Ushuaia. Allí nos encontraríamos con Fernando, un compañero del secundario de Ernesto, quien por mensaje de texto nos diera las coordenadas exactas para que fuéramos a buscarlo y de esa manera completar el grupo.

Con el auto recargado, comenzamos a trepar por las calles de la ciudad del fin del mundo en busca de un camping donde pasar la noche. El primero en aparecer fue el camping “La pista del Andino” que tenía un costo excesivo pero que más adelante descubriríamos que se justificaba pagarlo y nos quedaríamos dos noches más. Ernest, sacando su lado turco, se acercó al dueño en busca de una rebaja, ejercitando su famoso y tan perfeccionado por los viajes anteriores “regateo”, pero la sorpresa fue tal ante la negativa que no pudo siquiera disimular su consternación y enojo.

Al día siguiente descubriríamos que desde donde nos habíamos ubicado teníamos una vista de parte de la ciudad y hacia arriba un cerro con un espacio libre de árboles que en invierno se transforma en pista de esquí. Por lo demás, el camping estaba equipado con agua caliente, agua potable, cocina con gas, proveeduría con precios para europeos y una parrilla junto a la carpa, desde la cual Ernest comandó nuestro contraasado de fin de año, dado que los administradores del camping cobraban $100 la cena de fin de año, que consistía en asado libre, no incluía bebida salvo por la sidra del brindis y una mesa dulce. Desde ya, los precios para cohabitantes del país eran similares a los que se les cobraba a los europeos, porque, claro, sería injusto para ellos, sería “desigual” según la política de uno de los dueños del camping. Simpáticamente, olvidaban que los pobres europeos cobran sus sueldos en euros y pagar esa suma por una cena era para ellos una ganga, mientras que para nosotros una patada en las bolas. Pero dejamos que sean felices con sus adorados europeos que les daban las ganancias que andaban buscando, e hicimos la nuestra.

Como se verá más adelante, salió bien pese a todo.


Epígrafes:

Foto 1 izq: FerchuM en el estrecho de Magallanes se la da de facherito y no le sale.

Foto 2 der: Teseo finge que comanda la balsa que cruza el estrecho.

Foto 3 izq: Fer en la Pista del Andino. Detrás suyo se aprecia el hueco hecho en la montaña para hacer el famoso esquí en invierno.

Foto 4 der: El ruso pasa junto al Ford K que nos acompañara en este comienzo del viaje