Cómo describir con palabras la soberbia de ese glaciar, si ni siquiera las fotos ni las filmaciones consiguen retratar la realidad, una realidad tan irrepetible como las cataratas del Iguazú, el Talampaya, el Macchu Picchu, etc.
Cuando llegamos a la pasarela, desde donde pudimos hacer avistaje desde distintos ángulos y alturas, lo primero que hicimos fue escabullirnos entre extranjeros de todas las nacionalidades y conseguir fotografiarlo, pero por más que intentáramos, los colores que lo componen, con sus tonalidades de blanco y celeste se volvían más y más inalcanzables. Para colmo, aparecer alguno de nosotros delante del glaciar generaba un cambio de balances de blanco que volvía al monumento natural indiscernible en un fondo blanco que acompañaba nuestros rostros. En la desesperación por conseguir captarlo logramos lo que los manuales Canon y Sony no consiguieron: que aprendiéramos a usar nuestras cámaras digitales. Recién ahí el glaciar se dejó robar algún que otro color.
De cualquier manera, personalmente no pude dejar de sentir un estremecimiento producto de tristeza y piedad por aquel majestuoso monstruo de picos y paredones glaciales que tronaba con la gravedad de un trueno y escupía fragmentos de sí mismo al lago Argentino. No pude dejar de sentirlo como una bestia prehistórica mortalmente herida, luchando contra sí mismo para no desarmarse por completo y perecer en su propio derretimiento, en su propio llanto. Desde ya que su muerte no es inminente si se la compara con la corta vida humana, pero la estocada ya fue dada, y ahora por cientos de años, el coloso se ira desmoronando, tronando su desgracia.
Tal vez suene ridículo, pero pese a su cautivadora belleza, lo sentí un espectáculo triste, un estrago de la inconciencia del ser humano, una injustificada destrucción de nuestro propio hogar. Trato de hacer la vista gorda, de pensar en que es algo que me supera, y no puedo dejar de cuestionarme si realmente me supera, si nos supera a todos. Y abandonando estas reflexiones a fin de evitar convertir la crónica en un manifiesto ecologista, retomo nuestra excursión.
La estadía en el parque fue breve, quedándonos incluso con las ganas de subirnos a una lancha o catamarán o lo que fuera, que se acercaba a la gigantesca pared de hielo, por estar corriendo con el tiempo para devolver el vehículo, armar las mochilas, desarmar las carpas y subirnos al micro que nos dejaría en El Chaltén.
Mas o menos, la velocidad con que lo cuento se asimila a los acontecimientos, que de buenas a primeras nos ubica en la ciudad del monte Fitz Roy, en un atardecer con un cielo prácticamente de acuarela. Quizás un poco esperanzado aún, no me doy cuenta de que se acercan los días de oscuridad (por la suciedad de no ver una canilla ni una ducha por días), pero no quiero adelantarme en los acontecimientos.
Después de los precios irregateables de El Calafate y tras haber cumplido con la impresionante visita al famoso glaciar Perito Moreno, finalizó la primera etapa del viaje, aquella de comodidad a raíz del auto alquilado, y comenzó el de los circuitos de trekking desde el Chaltén, con las implicancias que esto mereciera.
El pueblo de El Chaltén es, hablando mal y pronto, un caretaje del mismo nivel que el Calafate. Todos los habitantes buscan hacer dinero a toda costa sin importarles la situación, edad y origen de nadie. Si bien es bonito carece de mérito de haberse convertido en lo que es con el transcurso de su historia (de la cual prácticamente carece por ser el pueblo fundado más recientemente en el país), y al estar pensado al solo efecto del turismo europeo le brinda encima un carácter detestable y vergonzoso. Ello, sumado a su poca poesía, a su falta de humanidad, en donde la única emoción es brindada por el Fitz Roy, que en sectores del pueblo no es observable por hallarse oculto tras un cerro.
Cabe destacar también la actitud de los habitantes, propia de máquinas expendedoras de boletos que prefieren no vender antes que disminuir los abultados precios, consideran que los pagos de un extranjero con buen nivel económico debe ser similar a la de un estudiante argentino. Y es que siempre está presente la opción, por supuesto, de no pagar lo que cuesta el camping organizado, y pasar la noche en el camping libre, al que se accede tras subir durante dos horas la montaña, dentro del Parque Nacional Los Glaciares, y hasta la posibilidad de elegir entre quedarse ahí o seguir caminando y alcanzar alguno de los otros campings existentes. Para dar cuenta de los negociados existentes, vale aclarar que antes existían dos campings libres en el pueblo, pero por disposición de la “intendenta” “presidenta de la junta comunal” o lo que fuera, de El Chaltén, ambos fueron cerrados y solamente quedaron los dos campings organizados en la montaña.
Impedidos de subir al momento de llegar al camping libre, y tras averiguar el precio del primer camping, en el cual la mujer que lo atendía se negó a hacernos un descuento y apoyó nuestra causa con las palabras: “Yo en su lugar, haría como ustedes, buscaría el lugar más barato para acampar, no sé cuanto cuesta el otro camping, pero ‘averigüen’, ‘avirigüen’”.
Dormimos una noche en el camping organizado vecino al de la señora, que costaba lo mismo (vaya casualidad) y con la diferencia de que tenía agua caliente las 24 horas, cosa que no ocurría en el primero. Antes de emprender a la mañana siguiente el ascenso al camping libre, oímos dentro de la Administración del camping en el que paramos que a los que paraban en el camping con auto les correspondía abonar un plus por el rodado, y que a un grupo de personas que pedían permiso para usar una parrilla para hacer un asado, y sin intenciones de armar una carpa para quedarse a dormir, les exigían la mitad de lo que cuesta la estadía por persona a cada uno de los comensales.
Decididamente asqueados de los negocios, de que no haya señal para los celulares, que los ciber no permitiesen bajar el Skype (un programa para hablar por teléfono por Internet, que es gratuito), que los dos campings libres de la ciudad hubiesen sido cerrados permitiendo que los dos organizados hicieran lo que quisiesen, nos calzamos las mochilas y nos dirigimos a la montaña, puntualmente a la laguna Capri donde dejaríamos la carpa armada y desde donde partiríamos rumbo a las sucesivas caminatas.
Epígrafes:
Foto 1: Vista de la magnitud del glaciar Perito Moreno.
Foto 2: Una de las paredes del glaciar, con su color característico. El hielo que parece desprenderse y que sin embargo está por el momento firme, formando una V de la victoria consigue que algunos visitantes confirmen que que el glaciar es nacional y popular.
Foto 3: El atardecer en El Chaltén casi roza la pintura.